Confesiones

Algo de mi partió contigo hacia tu pozo depredador de estrellas,

algo de mi se arrastra a tus pies como una cadena que llora a través del tiempo.

Algo de mí que aún busco en el corazón removido se fue tras tu olor a muerto

y se enterró contigo en el coma etílico y el humo.

Porciones de mi cuerpo viajan en busca de descanso en tus ojos y revisan tu mirada

ya lejana como un faro dejado atrás.

Ese algo de mí se fue como un pájaro para picar tu piel y buscar su trozo de maíz.

Se fue como un sonido que se mece en tus oídos entonando una canción podrida

en el lamento que vuela tras el ritmo viejo de tus pasos,

como un eco que se volvió humano.

Caminas, huyes por ese camino que se empina hacia el sol oculto tras las montañas

y en el agua de violetas de mis ojos rocía la humareada de tu huída.

Como un gota vivo, húmeda en la espuma de tus labios,

a expensas de la caída por la cascada de tu boca,

como una piedra que se despeña y cae a gritos en tu jaula.

Debajo de las tiras de mi almohada busco los retazos de ese algo

que los rayos del sol secaron y meto la mano en el barro mal formado de tu rostro

en mis recuerdos,

y que triste es no hallar en la fría tierra los minerales de tu nombre

o del nombre de ese algo que no hallo y no recuerdo.

Tu nombre que se esparce como un tóxico en el aire por las sábanas de mimbre

de la puerta, y envenenan y golpean la cantera de mis sueños

con esa voz de orfanato y de sirena de tren sin rumbo

y de campana que no me deja conciliar el deseo.

Meto la mano en el lodo moldeando tus siluetas,

indago en los rincones del dormitorio donde reposan tus nubes preñadas de lluvia.

Los objetos sudan la amenaza de tu llegada ilusoria

que se me escapa del anhelo en la sombra de los párpados.

Busco en el empeño que ahora se revuelca en tu plato,

en las aguas que te asisten en la noche,

en la ropa que se desgasta con el paso de los días.

Busco esa sustancia que se diluye en la neurosis que compartimos,

busco residuos de vino en la garganta, monedas empolvadas

debajo del ataúd sin muerto en la alcoba sin raíces.

Ese algo dejó de acompañarme la silueta y ser sombra de luz,

se me desprendió por las alcantarillas de las entrañas hasta llegar a tu inodoro,

y entre el mármol roto y el filo de tus lágrimas se decapita eternamente.

Ya no está, ya no volverá ese algo ni su sombra,

que eran bosquejos que bullían en el corazón.

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