Y ahí estabas y eras la herida
y en la herida las lunas de mis noches filosas,
y de ti, la herida, las lunas y sus bisturíes con lágrimas de zafiros ensagretados
venía el grito de esta luz recién nacida.
Y estaban tus ojos y eran heridas y en la herida las lunas de travesías errantes,
y de ti, la mirada, la sangre en huída, y los astros henchidos de semillas
venía este quejido de duda de un amor bauitizado.
Herida, alcancía del agua, de mis besos soñados sin lenguajes ni memorias ,
herida asustada ante la caricia de su propia madrugada, háblame a mis labios rotos
como un hilo, una aguja.
Y eran tus ojos los senderos por donde lloraba tu cuerpo cansado y sangrante,
y eran mis labios hierbas antiguas para aliviar el insomnio del llanto.
Y ahí estaba y era la herida con su corazón sin velos entre tus manos.
Herida consciente, lenguaje de agua, largas plegarias del llanto,
herida asustada ante la caricia lunar de tus ojos, herida, espadas y arpones,
me abro caminos hacia tu cuerpo.
Y ahí estaba y era mis labios, senderos para el canto y el lloro de mi cuerpo;
y ahí estabas y eras tus ojos, un sauce para tallar sobre la tierra el desvelo de este sollozo.
No es extraño el habernos encontrado entre el follaje de los astros al perdernos,
entre el fuego que le imponen a los mortales las esferas.
Dos heridas reconocen la letanía de sus regazos y el ardid de descifrarse
en los prolongados juegos de la noche.
Y aquí estás y aquí estoy y somos el truco de luces en los ojos
y en los ojos los labios como dos manantiales que ocultan en sus venas la cura del relámpago.
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