Siéntete bien recibido,
mi oído es un lecho ferviente
para la melodía de tu voz,
para el reflejo cristalino
de tu palabra pura,
para el dulce tono
de tu hablar preciso.
Sea entonces mi pecho,
el descanso de tu cavilación atinada,
la chispa que da respuesta
a tu convicción más serena y más profunda.
Mi mano pide ser el peine,
y mi pierna la almohada de tu cabeza,
yo, llana y tersa confidente
de nuestra complicidad mutua.
Estoy lista para dar una contrarrespuesta,
para jugar este juego de la lógica,
que dulce y placenteramente
se torna en una conversación infinita.
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