Evocación de aquella tarde de octubre

¿Recuerdas el cielo azul de aquella tarde?

Todos los cielos deberían ser azules pero hay unos negros azulados

que nos pierden para siempre.

 

Ese era azul como la sombra de los mares,

como el perfecto pigmento que contienen las gotas de rocío

que hay que rozar para extraerle la esencia,

para pintar nuestros destinos.

 

Estabamos excluidos del mundo sobre las brasas de tu azotea,

como dos gatos desteñidos tomando el sol de la tarde,

viendo pasar el humo que salía de nuestras bocas,

donde se creaban palabras en el vaivén del silencio.

 

Nuestros ojos contrastaban con la turquesa que navegaba por los aires,

estabamos despiertos o más bien dormíamos con los ojos abiertos,

soñando que la tarde se deslizaba para no despertarnos de la vigilia.

 

Nada afuera nos perturbaba, todo era quietud en los sonajeros del día,

el sol vestido de rosa nos mandaba un beso de despedida antes de desalojar su escenario,

las nubes se reunían para el festín de apertura de la noche

y en sus charlas  desprendían sus voces de ángeles.

El cielo era una urna de cristal, nosotros estábamos posados en su suelo

como dos aves que descansan de volar.

 

Compartíamos palabras invisibles

esas que se te introducen despacio por los ojos,

hilos traspasando el umbral de las agujas,

serpientes buscando el horizonte.

 

Se formaban astros en la superficie de nuestros cuerpos

ascendían a la bóveda celestial alados por un arcángel,

allí perdían su muda condición para estallar en gritos.

 

¿Recuerdas lo que nuestros ojos robaron del cielo?

astros en el día, la noche ya nos aclamaba detectando

nuestro olor de bestias que se escapan.

 

Astros vagando en el éter ante nuestra mirada,

destilaban destellos apenas perceptibles

que nuestra piel disfrutaba, chispas de música,

fuego transformado en vapor.

 

Vimos desfilar a Venus seguida de los otros planetas,

como hermanos tramaban una tregua por la conspiración de aquel día

y miramos a los pájaros nadar en el firmamento,

el espíritu de los peces escondiéndose en los corales de las nubes.

 

El cielo como cómplice del mar se ensanchaba en olas mudas,

en un mugir sordo para el resto de la humanidad que no fuéramos

tú y yo en ese lapso detenido bajo la custodia del amor.

 

Aquella tarde el sol, antes de su clásica partida me lanzó su bufanda de diamantes

para abrigar al corazón y supe que te amaba,

lo supe como un suspiro que se congela en el tiempo,

como una verdad oculta en los secretos de mi alma.

 

Supe que era  la  raíz de un árbol

donde quiero habitar como un pájaro,

sin tu mirada no puedo apreciar los recuerdos que navegan.

 

Y supiste que me amabas aquella tarde,

revelación del profeta ante el hallazgo del destino,

supiste que eras la pluma blanca para mis alas de cuervo.

 

Nos acurrucamos en nuestras alas como niños sobre manso algodón

antes de emprender el regreso hasta la tierra que ya afuera nos esperaba

nos hallábamos perdidos en los besos de alcohol y las pócimas de remedios

la tarde derritió su ilusión y nos escabullimos lentamente como los gatos de la noche

a nuestro aposento donde la ciudad no puede hacer escollos con sus ecos.

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