Vientos del mal (Primera parte)

Dinard Chic

Jacques Duplessy se quedó helado y ese frío que le recorría no era solo físico. El agua se encontraba muchos grados por debajo de lo normal para ser agosto.

Desde su infancia tenía la costumbre de darse un chapuzón en el mar, en la playa de L’Écluse de su natal Dinard, al iniciar el día.

Estación balnearia mítica, para muchos, Dinard es la “Niza del Norte” por su paseo panorámico, su casino, sus magníficas mansiones y su suave clima. Debido a su costa recortada en la que suceden playas y promontorios, en el siglo XIX fue una de las localidades de veraneo más elegantes de Francia.

Las costas de Bretaña gozaban de aguas con una temperatura agradable en todo el año gracias a la Corriente del Golfo, una carretera marina que lleva aguas tropicales desde el Golfo de México, de ahí su nombre, a través del Atlántico y recorre de sur a norte la costa europea y retorna muy al norte, en los límites del Círculo Polar Artico. Esta vía marina permite que el occidente de Europa goce de un clima más benigno que el de otras regiones a la misma latitud.

Sin embargo algo estaba sucediendo.

Y no solo Duplessy hacía observaciones similares. En Escocia, su colega Ian McAlister, encargado del Jardín Botánico de Inverewe veía con preocupación que el microclima del que siempre gozó la región estaba viéndose afectado. En los registros constaba que la temperatura mínima jamás medida fue de -14°C pero el invierno pasado había sido inusualmente duro y las watsonias y eucaliptos eran algunas de las variedades que lo habían resentido.

Ambos amigos habían hablado varias veces sobre el tema que al parecer no era algo a resaltar en los noticieros. Los temas políticos, deportivos y financieros siempre serían los que acapararían la atención.

– “El tren a París sale en una hora papá.”

La voz de Carlota, su hija, le hizo volver a la realidad. La espigada muchacha, juvenil promesa del tenis, había ganado su derecho a competir en el Torneo Jeque Abdul, que curiosamente no se efectuaba en el Medio Oriente sino en Estados Unidos, en Magiland, una población de reciente fundación y en pujante crecimiento en la costa de Carolina del Norte. Este torneo se había convertido en el más codiciado, sobre todo por los jugadores profesionales, debido mas a sus enormes bolsas que por el prestigio, dejando muy por debajo al Roland Garros, Wimbledon o el U.S. Open.

El torneo se desarrollaba en el magnífico estadio Ocean Magic, ideado por los renombrados íconos de la arquitectura moderna Zaha Hadid y Santiago Calatrava. Situado frente al océano Atlántico, todo en él era de dimensiones descomunales y formaba parte de un complejo deportivo que no tenía parangón en el mundo.

Cerca del complejo se encontraba un parque eólico de última generación y las instalaciones de Magicum, una empresa ecológica multinacional. Este era el prometedor negocio que el enigmático jeque saudí Abdul Al-Masri desarrollaba por encargo del gobierno estadounidense, habiendo ganado una licitación multimillonaria.

Dueño de una fortuna inagotable, superior a la de la familia real, Al-Masri se presentaba como un ferviente ecologista, desarrollador de extraordinarias innovaciones verdes y partidario de un acercamiento entre el mundo árabe y occidente.

Tan solo en Norteamérica había instalado incontables aerogeneradores, desde la península del Labrador hasta Florida, generando por si solos más de 400 gigavatios. Los generadores poseían unas hélices enormes, con aspas de altísima eficiencia. Y algo más, podían ser dirigidos y desmontados fácilmente para aprovechar al máximo cualquier corriente de aire. Esto aunado a desarrollos deportivos, comerciales y habitacionales hacían dueño a Al-Masri de una extensa parte de territorio estadounidense. “Podría fundar un reino mío dentro de este país”- solía bromear.

El vuelo 365 de Air France aterrizaba en el Aeropuerto Internacional Al-Masri, “un nombre muy árabe para estar en América”- comentó Duplessy a su hija. Nada más saliendo del aeropuerto a lo lejos se dibujaba la silueta del complejo de Ocean Magic. El profesor admiraba las líneas aerodinámicas del estadio, que se asemejaban a las formas de las alas y alerones del Airbus 320A en el que habían viajado y que podía apreciar desde su ventanilla. Se imaginó que en cualquier momento el coliseo podía despegar.

En menos de una hora el partido de tenis había finalizado, con una contundente victoria de Carlota Duplessy. A pesar de la algarabía se percibía algo raro en el ambiente. El profesor creyó que tanto los que estaban en cancha como el público compartían esa rara sensación de que algo no estaba bien.

El pasto presentaba un tono azulado, una característica única del Ocean Magic, que los tenistas tenían en gran estima ya que les proporcionaba un agarre y una velocidad nunca antes vista. Jacques recordaba lo que los granjeros bretones le habían enseñado desde su niñez sobre las características de un buen pasto y que cualquier tonalidad que no fuera un verde vívido podía afectar al ganado y la producción lechera.

Aunque este era otro desarrollo tecnológico de las empresas de Al-Masri y no debería de ser malo.

De repente, una serie de estornudos estremeció a Duplessy. Se sabía que en este estadio eran frecuentes las manifestaciones de cuadros de gripa o tos, algo que tenía sin cuidado a los asiduos asistentes, por lo que la cancha era conocida humorísticamente como el Caldero de Cultivo, aunque ahora, sin decirlo, casi la mitad de las personas presentaban dolores de cabeza, lagrimeo y entumecimiento de extremidades. Se pensaba que era debido al cambio climático que se había sucedido a últimas fechas.

 

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