Han vuelto sobre las velas encendidas del rezo las migajas de tus labios,
peces disueltos en los ríos vírgenes de los recuerdos aún adolescentes de la memoria.
Has vuelto con los labios perfectos y colgados de tu pecho como claveles,
como atajos al escondite donde aún juegan vírgenes los ojos de mi piel;
y he vuelto a mirarte con el cuerpo de niña; los ojos del pasado se han abierto en mi frente
que te observa en los espejos de la brisa de aquellos días que solo tú y yo podemos herir.
Regresas los ríos del viento que traen consigo los relojes de antaño, la náufraga mirada de tu amor
inclinando sus velas sobre sobre los mares de mi niñez.
Has vuelto a mirarme con tu cuerpo de niño;
los ojos de tus labios deslizan sus palabras por los vitrales de aquellas noches que solo tú y yo
podemos despertar de golpe dentro de su estrella de cristal.
Regresan las lunas de tu rostro con su procesión de soledades sobre las calles que nos muestran
sus corazones en cada esquina.
Regresas con las puertas que llevan a los escondites de la locura;
otra vez los edificios inclinan sus miradas para ensimismar sus miradas en los charcos de la lluvia,
cofres de espejos que guardan nuestros pasos.
Vuelven las sombras de tu casa a jugar con mis pies y a mojarse en los rescoldos de la noche
que ya enciende los cirios celestes para que vuelva a mirarte como antaño te miré con la mirada virgen de hombres
y eras un niño entre multitudes de paredes en una calle sitiada por la lluvia.
He vulto a ser los ojos de la lluvia y a deslizarme a través de su pasadizo de espejos hasta tocar
de pestañas y fiebre de agua al silencio de tus labios que ya gestaban futuras palabras para mí,
y las palabras perfectas con sus ojos de cuervos que habrían de picarme para siempre la mirada.
Vuelve todo mi cuerpo a abrir de golpe los párpados al amaneceer de aquella tarde,
a la imagen de tu cuerpo roto sobre los vitrales de los charcos, a los besos mojando las pestañas de la virgnidad,
todo vuleve a palpitar como un nuevo sol en mi pecho.
Se ha vuelto a romper la castidad de mi corazón, la virginidad de sus venas que esparce sus riachuelos y cantos .
Son zarpazos del tiempo en tu rostro hoy de hombre que reconozco aún niño,
son tus pasos de aquella avenida gestadora de besos en tus labios.
Mi cuerpo y sus ojos no sabían besar en la madrugada del pleno y acústico sol de aquel crepúsculo;
más toda yo te besé a través del Céfiro, como un presagio de la condena que habría de padecer
al abrir todos mis ojos de un golpe ante la lluvia.
Vuelves ahora como un hombre, mas con el mismo péndulo de fuego en la mirada
y has vuelto a mirarme con todos los ojos de tu cuerpo de niño,
y se deslizan a través de los pasadizos del tiempo hasta tocar de pestañas y fiebre de revelación
al silencio de mis pechos que ya gestan futuros deseos para ti;
y los deseos perfectos con sus ojos de cuervos que habrán de picar para siempre tu mirada
donde aún descansan partes de mi corazón en el árbol de su pureza.
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