El mundo no es redondo, nunca lo ha sido, tiene forma de telarañas. Nacemos en una de ellas, si nos escapamos de esa, caemos en otra. Si estamos más de diez segundos o años en alguna, morimos asfixiados o, en el peor de los casos, nos acostumbramos a respirar a medias: la otra mitad la hacen por nosotros.
Es imprescindible ir a que nos enseñen cómo tejernos en una; es impensable hacer lo contrario. Tan cansado es permanecer en algunas como equilibrista, que se acaba por tejer otra… con suficientes reglas anti-telarañas. Paradójicamente, la vida siempre lanza avisos de que estamos atrapados, cómo ignorarlos está en el decálogo de todas las telarañas. Al final, morimos y somos amortajados por una gruesa capa de seda fina trasparente… aunque uno que otro no tendrá la suerte de tener un funeral.
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