La última ninfa

 

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Giovanni estaba estupefacto ante aquella historia tan descabellada, sin preguntar nada se levantó, tomó la estatua de Pilar y no le dio  tiempo a Camacho Martínez de reclamar nada, después de todo él la había comprado. Esa misma noche se compró un pasaje a la primera playa virgen que encontró en el mapa, estaba totalmente dispuesto a perder la virginidad de su corazón.

Al encontrarse frente al mar después de un abrumador viaje de dos días puso la estatua de Pilar a  la orilla de la playa y se apartó para presenciar que ocurría, aunque era un hombrecito con pensamiento científico en el interior de su corazón el niño que algún día fue esperaba que ocurriera algo fantástico. Esperó durante horas y días, se cansó de esperar pero el misterio y la curiosidad no le permitían quitarle los ojos de encima a la estatua que no se inmutaba ante la bravura del mar ni ante la mirada constante del aquel joven que la había conducido allí. Por suerte Giovanni  se había llevado una abundante despensa que lo salvaría del hambre, pudo haberse quedado ahí casi un año contemplando a su Venus de Milo de no ser  por el destino que detuvo su osadía.

 

Dios no fue tan cruel esta vez con la longitud del tiempo como otras veces, al mes  la estatua ante una inmensa ola se fragmentó en mil pedazos de piedras que se dispersaron  por el mar abierto, no quedó ni un solo pedazo de lo que había sido Pilar, ni siquiera un dedo de aquella mujer divina. Se perdió en el mar con su bolso de viaje, con su cigarro y su botella de vino. Giovanni estuvo a punto de seguirla en la travesía con aquel amor que las olas arrastraban hacia su estómago, sabía que ese era el precio que tenía que pagar por haber obtenido aquella obra de arte por tan poco y ya se disponía a hundirse en las aguas cuando el grito de una chica de cabellos rizados y carita redonda  interrumpió sus ideas. La chica forcejeaba con unos maleantes que por lo visto la querían violar. Giovanni poseído por la ira y el dolor que lo abrumaban en ese momento, no dudó en golpear a los abusadores con las primeras rocas que encontró en la arena. Uno de los brabucones terminó con la cabeza rota y siguiendo al otro que terminó sin dientes. Después de que la chica se hubo liberado se acercó a su salvador pronunciando sus primeras palabras.

_ Gracias por liberarme de una muerte en el mar, eso era lo que querían esos chicos, violarme y ahogarme,  soy de la familia García, la más joven de diez hermanos que tuvo mi padre con diez mujeres diferentes, no tengo madre pero te invito a cenar esta noche en mi casa como  recompensa de mi rescate y a que me des mi primer beso.

Desde esa noche Giovanni  Camacho quedó eternamente enamorado.

Giovanni se levantaba todos los días y al mirarse frente al espejo se sentía profundamente orgulloso de quien era, nada le faltaba, tenía una familia, una hija de dos años y un gato negro, fiel compañero de su soledad porque su esposa a pesar de que él era un hombre atractivo lo había dejado. Eso en lo más mínimo lo afectaba porque  sabía con toda seguridad que encontraría a  otra mujer, incluso mejor que la primera. Giovanni era feliz aunque a diario no hablaba con nadie que no fuera su sombra o su imagen risueña ante el espejo, esa que le pronosticaba que su final sería feliz, nunca se lamentaba de nada pues cada error era una posibilidad para retarse al  é l mismo en la carrera de ser un buen negociante en la vida; el dinero lo esperaba al fondo del pasillo de sus años recorridos y no tenía tiempo de entretenerse con nimiedades.

Giovani era heredero de un gran negocio familiar que había alimentado a generaciones enteras en los momentos económicos de más crisis y el como buen hijo de familia continuaba la labor de mantener la empresa familiar con una fe y resistencias inquebrantables que a cualquier ser humano normal le hubieran servido de ejemplo. Todos los días se levantaba con su portafolio y su verbo adiestrado para ir con las familias y señores más poderosos en el afán de coleccionar las mejores obras de arte y después revenderlas al mayor precio. Era un negocio que conocía a la perfección ya que su padre el fundador de la empresa lo había educado personalmente en el oficio de la elocuencia y el convencimiento. Al final por más complicado que resultara ser el cliente  él lograba sacarle la obra de arte por unos simples centavos convenciéndolo de que su valor no era tan exagerado, si  La Gioconda de Leonardo da Vinci  la hubiera tenido al alcance sin lugar a dudas la hubiera obtenido pagando una ridiculez.

Un día se le presentó una oportunidad maravillosa con un nuevo cliente que acababa de llegar a la capital, un ricachón dueño de una marca poderosa y que por lo que le habían comentado era un gran coleccionista de arte al igual que él; era una oportunidad que si Giovanni sabia aprovechar adecuadamente lo haría arrasar  con bastante capital para al menos comer dos años enteros.

Aquel hombre insensible llamado Giovanni Camacho planeó una cita sin demoras con aquel misterioso y acaudalado cliente que le traería el éxito aclamado ante todos aquellos, incluyendo su ex esposa que no confiaban en su potencial.  Ya se imaginaba los juguetes le compraría a su hija Georgina cuando tuviera el primer cheque en la mano y la cantidad de chicas jóvenes y hermosas que lo perseguirían gritando su nombre tallado en oro en la lista de los mejores negociantes del país; pero la vida no distingue a las personas, la vida te lanza un tornado y no le importa si te llamas Giovanni Camacho o Esperancejo López, ese día el destino le deparaba al gran hombre de negocios algo que no estaba en sus planes.

Llegó puntual a su cita con Camacho Martínez, uno de los hombres más poderosos de la nación   y que aún así se comportaba como un colegial a la llegada de sus visitas. Al recibir a Giovanni no tardó en mostrarle su cordialidad y una alegría que a cualquiera contagiaban. Era un hombre sencillo  rodeado de criados y habitando  un palacio saturado de arte por todos lados.

Lo primero que le dijo a Giovanni era que cada una de sus obras tenían un valor sentimental, que todas sin excepción habían causado un impacto en determinada época  de su vida y que no estaba dispuesto bajo ningún concepto a venderlas si no era para una buena causa, no obstante quería probar el ingenio del muchacho que se le había presentado con aquella seguridad tan impactante que caracterizaba a Giovanni Camacho con apenas 27 años de edad.

Giovanni no tardó en ganarse la amistad de aquel hombre que le triplicaba la edad al sacarle todos los artilugios que tenía reservados para la ocasión e incluso lo convenció de mostrarle su galería más importante que justamente se hallaba dentro de la mansión.  Dicha galería se hallaba en el último rincón de la casa y la llave solo la portaba Martínez, ya que ese lugar era el espacio donde guardaba  su máximos tesoros.  Camacho Martínez  desconfió unos instantes antes de abrir el cerrojo pues sabía que algo de su colección estaba destinado a perderse aunque no tenía ni la menor idea de qué , así que después de batallar unos minutos con la llave por fin le abrió la puerta al gran negociante Giovanni Camacho.

Giovanni irrumpió en el cuarto como poseído por los olores de las antigüedades que ahí reposaban del curso del tiempo. Todo olía a pasado y a las manos de los artistas que habían soltado parte de su alma en aquellas obras que esperaban el reconcomiendo de la humanidad. Todo cuanto se hallaba en la galería del poderoso cliente  despedía el misterio del encanto pero había algo que estaba aún más oculto que todo lo demás, algo que brillaba en el fondo de la habitación bajo unas humildes sábanas de manta.

_ ¿Qué es?

_ Nada asombroso, ven, tengo algo que mostrarte por aquí

Al escuchar esa respuesta Giovanni supo que eso era lo que venía a llevarse aunque le costara días enteros de discurso para convencer al hombre, de todas maneras le siguió la jugada a este,  haciéndole creer que se interesaba por las otras obras que se encontraban en el aposento. Vio todo y por más que  le hablaban de la magnificencia de aquellas reliquias no quitaba los ojos del objeto encubierto al pie de la ventana que se encontraba al fondo del cuarto. Tanta era la insistencia se su mirada  que Martínez  le propuso mostrársela, ya un poco harto ante aquella obsesión del joven.

El misterio que la envolvía no se comparó en nada  al desconcierto que sintió Giovanni al verla; era la estatua de una mujer que sostenía un cigarro en la mano derecha y en la izquierda una botella de vino, representaba a un mujer  pequeña y un poco gordita a la que no se le notaban ni grandes pechos ni gran trasero, una total desilusión  a la vista siempre ardiente de un hombre deseoso. Quizá lo más interesante  de ella era su desnudes sin complejos y una bolsa que le colgaba del hombro izquierdo, lo que provocaba en el espectador la sensación de que emprendería un viaje  y daban ganas de preguntarle a donde partiría ,desnuda  y con ese cigarro congelado en el tiempo por el artista que lo fecundo.

_ ¿Quién es el artista?

_ Nadie

_ Como que nadie, eso no es posible, tiene que existir un artista aunque no sea reconocido

_ Es una obra de arte de la vida, ella fue mi primera mujer, a la que nunca he podido olvidar

_ ¿Quién hizo la estatua? volvió a preguntar Giovanni entre curioso e indignado

_ Nadie muchacho, nadie, la vida la creó y si no hay nada que te guste de mi arte ya es hora de que busques a mejores clientes.

Esas palabras de Camacho Martínez incendiaron el ánimo de Giovanni que todo lo tomaba como un reto personal.

_ Me la llevo, es una estatua singular y no creo que la puedas vender nunca  al  haberla creado nadie como tú mismo acabas de explicarme, me la llevo po 1000 pesos y trato cerrado

_ Olvídalo,  no está en venta, es lo único que me quedo de mi primer y último amor

_ Vamos hombre, pensé que eras un hombre de negocios, que el corazón no te impida hacer un buen trato, déjame darle un buen final a tu primer amor en una auténtica exhibición de museo y te aseguro que ya no será creación de nadie, el artista que la creó será alabado por mucho tiempo.

El corazón de Gonzalo se estremeció ante aquellas palabras cínicas de su comprador, en verdad no entendía el poder de lo que le explicaba, se burlaba  en su cara de algo que era totalmente cierto pero que solo un verdadero artista y no un hombre de negocios podía  entender, un pintor, un actor, un poeta o incluso un roquero cualquiera  hubieran respetado ese acto sublime de la vida de convertir en estatua a una mujer maravillosa como lo había sido Pilar García quien ahora mostraba sin pena quien había sido durante su corta vida. Pero a pesar de todo cedió por el simple hecho de que consideraba que aquel joven ignorante del amor tenía que pasar por una lección que le enseñara el verdadero valor de las cosas.

Sin muchas palabras de por medio   firmó el cheque de su comprador  y con las mismas mantas con la que siempre había estado envuelta la estatua la vio partir en manos del negociante, solo levantó la mano para despedirse  mientras veía las siluetas desaparecer en la noche, estaba seguro de que la estatua volvería a él en el momento oportuno.

Giovanni estaba realizado por su compra aunque no sabía si lograría venderla, pero eso sí, había logrado convencer al difícil cliente, se sentía una triunfador, un visionario, un emprendedor y demás etiquetas que se ponen los hombres de hoy frente al mercado de la vida. Él, Giovanni Camacho sería un hombre rico y eso ni Dios se lo podía discutir.    Así que al llegar a su cuarto descubrió  la estatua y  la puso a los pies de su cama para todos los días contemplar su éxito, además de darse valor ante los otros clientes que lo esperaban.

Escultura-Vicisitudes

Pasaron semanas, meses y por fin un año en  el que la estatua no se movió de lugar, sirvió en muchas ocasiones de perchero para que las amantes de Giovanni depositaran sus prendas antes del acto sexual  y también de maniquí para muchas fotos en las que las chicas posaban imitándola con el cigarro en la mano y la botella de vino, todas enloquecidas con el modelo que representaba para ellas Giovanni Camacho. Pilar García era un objeto más de aquel rincón donde la soledad de un hombre cobraba vida con las entradas y salidas de centenares de mujeres que se rehusaban a quedarse como ella, al pie de su cama velando sus sueños. Por eso un día el joven de 28 años obstinado de aquella vida nocturna en la que se gastaba toda la riqueza acumulada a lo largo de un año en el que había estado vendiendo más que nunca, llegó sumamente borracho con una botella de vino idéntica en tamaño y forma a la que la estatua tenía en su mano izquierda. El joven tenía el aspecto de la derrota en el rostro, se tiró sobre la cama en total silencio como si supiera que  nadie lo oía y que era en vano derramar su agonía si nadie podía socorrerlo. Se acostó y posó la mirada en Pilar García, una mujer que nunca conoció pero que todas las noches lo observaba sin desistir de su tarea.

La miró de arriba abajo, paseando  su mirada por cada parte de su pequeño cuerpo, de su cintura mal formada,  de sus pechos que parecían dos botones y por su sexo tan simple como el de una niña que no tiene clara su expresión sexual. Repasó su rostro infantil que denotaba unos 25 años y una infinita soledad como la suya que en ese momento le dolía en cada parte del cuerpo. Se acercó a sus labios de nuez, a su nariz de bolita  y a sus ojos rasgados de los que salían unas lágrimas de las que nunca se había percatado. El cabello de Pilar era corto y rizado como el de una niña que en lo más mínimo se preocupa por la vanidad, su rostro al igual que su cuerpo era más bien llenito, de mejillas simpáticas que al reír la persona lo llenan a uno  de ternura y en ese momento a Giovanni se le figuró que la estatua en vez de estar triste le regalaba una sonrisa, aunque sabía perfectamente que eso era imposible, pues la estatuas no hablan, no lloran, no ríen y aun así no  podía dejar de repasar cada uno de sus gestos inmortalizados en el tiempo, esa mueca de sus labios que iban a irrumpir en un grito y su mirada perdida en el dolor de quien es abandonado por la gracia divina. Desde ese día Giovanni Camacho quedó prendido del encanto de la desconocida mujer que habitaba su soledad con él.

A partir de esa noche  no paró de escudriñar el arte que hacía un año había obtenido de las manos de Camacho Martínez. Cada día conocía más a Pilar, pensaba en ella a todas horas, la visualizaba viva aventándosele por las noches en un arrebato de pasión, se imaginaba su voz dulce diciéndole que lo amaba más que  a ningún hombre en el mundo y que había sido creada solo para él. Dejó de frecuentar mujeres y de llevarlas a su alcoba, no quería viciar a su diosa con la imagen grotesca de un sexo vacío, la quería pura como Dios o la vida  la habían traído al mundo y sin percatarse de la magnitud del problema, se dio cuenta que le gustaba olerla como lo hace un hombre enamorado.

Pilar García olía a sal, a roca fría, a mujer insensible como olía él, que en ese último año hasta se había olvidado de su hija. Y entonces a partir de ese momento no pudo parar de llorar por él, por Pilar que no lo podía oír, por el corazón de su hija, por Camacho Martínez, aquel solitario hombre que añoraba a su estatua, lloró por todas las mujeres de las que se había burlado, lloró hasta por el primer perro que tuvo, al que regaló en un impulso porque le había destruido  un trabajo escolar. Giovanni Camacho lloró durante un año completo, no hubo un día de ese periodo que no llorara, toda su familia se escandalizó puesto que él siempre había sido un optimista y era inconcebible la idea de que llorara hasta por encontrarse un pajarito muerto en la calle o a un gato atropellado. Todos sus allegados creyeron que había enloquecido o que estaba saliendo del closet en el cual se había  ocultado tantos años, pero nada de eso era cierto, Giovanni no estaba loco ni era homosexual como lo etiquetaban sus amigos. Era que cada noche al abrazarse a la estatua de Pilar García lloraba aún más y parecía tomar fuerzas su dolor para expresarse al día siguiente con cualquier acontecimiento inesperado. Tan fuerte fue su desconsuelo que él mismo ya no pudo soportar más y acudió a visitar a Camacho Martínez para conocer el origen del amor de su vida del que no tenía ni la más mínima referencia, ni siquiera de su creador al que tenía ganas de eliminar por haber dado vida a  semejante escultura capaz de provocar tanto dolor y amor en un ser como él.

Camacho Martínez ya lo esperaba con la misma sonrisa que tenía cuando  lo conoció dos años atrás y estaba convencido de que su Pilar García volvería a su vida en ese mismo instante,  así que con inigualable entusiasmo acogió en su techo a Giovanni para contarle la verdad o al menos invitarlo a conocerla.

_ Pilar García fue mi primera esposa, la conocí en el mar cuando tenía 17 años, yo era un joven romántico y ella era una soñadora, fue en el transcurso del primer verano en el que mis padres me dieron permiso de viajar solo para que por fin perdiera la virginidad porque los tenía en un puro batallar con eso de que ninguna chica de mi clase se fijaba en mí. La solución que encontraron los sabios  de mis padres, fue darme libertad, estaban seguros de que en la costa al pie de una palmera alguna jovencita estaría dispuesta a convertirme en hombre. Así fue, desde que Pilar me vio se enamoró de mí y yo de ella aunque en nada se parecía a  una chica modelo, pero tenía un encanto marino capaz de secuestrar el corazón de quien amaba, además de una energía desbordante en esos 15 años que iluminaban su vida. Ese mismo año en el que la conocí me casé con ella y me la llevé a la ciudad; ella no sabía leer ni escribir, lo único que sabía hacer bien era amarme y esperarme con ese infinito amor que solo ella podía sentir. Yo llegaba cansado del trabajo y ahí estaba Pilar, yo tenía un problema y ahí estaba Pilar.

Pilar amaba, solo eso y tu bien sabes que el hombre no se alimenta de amor así que comencé a interesarme en otras mujeres que conocían los negocios y que eran diestras en las empresas, mujeres de mundo que podían envolverme con sus aromas y conversaciones. Pilar nunca me dijo nada pero sabía que en mis ratos libres abrazaba a otras en vez de a ella y que no me importaba si se sentía sola. Ella a pesar de toda mi indiferencia jamás me discutió o me expreso sus penas, todo se lo guardaba, como el mar que guarda secretos y colecciona de aquí y de allá lo que el mundo no quiere. Me imagino que se guardó más lágrimas que todas las que tú has expulsado en tu vida, para mí todo eso era un juego, verla taparse en la cama y darme la espalda, ¡ya se le pasará! ¡se acostumbrará más temprano que tarde a amarme compartido! eso me decía sin tener idea de lo que sucedería. Un día me pidió permiso para visitar a su familia de la costa, no se lo negué, al contrario, me sentí feliz porque podría con absoluta libertad disfrutar de mis amantes sin tener que presenciar la tristeza de su rostro. Partió un sábado en la mañana y al otro día ya me la estaban trayendo así, como te la vendí hace dos años, mi esposa se convirtió en una estatua. El único testimonio que tengo acerca del suceso es que se paró frente al mar durante toda una noche y todas sus lágrimas, todo su dolor la convirtió en piedra, ni siquiera pudo liberar su llanto en las olas, las penas le consumieron sus 25 años sin ninguna piedad como cualquier enfermedad de las que se contraen por ahí. Cuando la tuve en mis manos y la abrasé lloré tanto como tú has  llorado y como cualquiera que la tenga llorará, así que a donde pertenece es al lecho de mis sueños porque soy el hombre que no la supo amar durante tres años, en los que se dedicó a traicionarla. Tuve una hija con ella que hubiera llegado a los tres años sino es porque la ahogó en el intento de ahogar su pesar causado por mí. Me volví a casar tres veces más y tuve otros hijos, pero nunca más volví a amar. Todos los días lloro, mi llanto es inagotable como el de esa estatua que en su interior de piedra guarda al desamor. Devuélvemela y déjame seguir llorando lo que ella no lloró.

Giovanni Camacho se levantó estupefacto ante aquella descabellada historia, no discutió la posesión de la estatua, él la  había comprado, nadie se la podía quitar ni reclamarle nada, se levantó, salió de la mansión, compró un pasaje a la primera playa virgen que  encontró en el mapa y  nunca más volvió a amar. Sabía que ese era el precio que tenía que pagar por haber obtenido aquella obra de arte por tan poco dinero.

La estatua ante una inmensa ola se fragmentó en mil pedazos de piedras que se dispersaron  por el mar abierto, no quedó ni un solo pedazo de lo que había sido Pilar y sin embargo ante la amarga espera de Giovanni las rocas resurgieron de las fauces del mar como un espejismo que lo acompañarían toda su vida.

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