Máscaras de aire

I

Bajo ese rostro que fuimos está el rostro inmaculado del amor,

un amor tejido de risas, hilado a pulmón de azules diamantes elásticos

como cuerdas flojas por donde nuestras almas infantiles le prendían cohetes al corazón

Bajo el aliento divino que danzaba en nuestros besos está el virginal deseo,

desnudo y forjado con las miradas de dos niños.

Éramos tan frágiles bajo ese nombre y ese aliento,

amor puro sin nombre, impoluto como el oro que no se nombra a sí mismo,

puro también como la plata que se fundió en las espuelas de la cabalgata sobre la luna.

Éramos tan frágiles y tenues, delicados como las pestañas de las flores,

y con rosas incendiadas en la solapa, con el espejo cortante de una estrella en los labios.

Éramos amor, amor desnudo contemplándose en su andar de niño ante desconocidas caricias,

asombro de amor al reconocernos descalzos en una sonrisa, el alma de las miradas

que cerradas como un párpado asustado revelaba su destino, amar y recorrerse en el sudor errante de los astros.

Te amo, digo, te amo como la alondra, y al instante el tiempo se traslada como los pájaros

que engenndraron nuestros besos tan frágiles y tenues, indefensos como el pecho

de un canario que presiente el cautiverio.

Te amo, digo, te amo como el árbol de tus recuerdos que nunca miras, y al segundo

el tiempo pasa como un calesita de estaciones con sus caballos de lluvias,

con el fuego implacable de las hojas muertas.

Te amo, digo, como la memoria del viento, el perfecto equilibrista que atravesó nuestros besos para entretenerlos.

En demasiado amor te amo, digo, y en un instante dentro de mis palabras algo se desvanece,

para liberar a todo el tiempo que nos separa, para dejar correr a la tierra que nos ausenta

de las manos deseosas de tocar a los cristales de ese amor de nuestros nombres de niños.

II

Bajo nuestros nombres somos piedras,

nos hemos vuelto estatuas del amor que fuimos

y ahora es como un andar de rocas marinas por las alcantarillas,

un graznido, un lamento de la sombra de los pájaros caídos,

un hilo roto, extensa lágrima de la araña que solitaria teje sus noches.

Bajo nuestro aliento divino danzan besos empolvados que se intentan despertar del sótano,

los labios nos tienen en azules diamantinas y en sus pechos,

los antifaces esconden las plumas filosas del deseo, y de un canario roto.

Somos tan frágiles bajo estos nombres como escondites,

tan tenues y delicados como un hueso envejecido, como el bastón de un viejo,

tan alegres como dos ardillas maquilladas de pétalos que se toman un té recordando la infancia en el bosque.

Te amo, digo, lo digo en otro idioma, en el lenguaje silencioso de mis olas que intentan pescar la luz de tus ojos,

y al instante las rejas de un arcoíris impuesto, usurpa el libre vuelo de un beso.

Te amo, me dices, en otro idioma, en el lenguaje de los campos dormidos bajo la caricia de la noche.

Te amo, decimos, con la entonación del vino en el que Baco se adormece de placer y sueña despedidas.

Te amo, dice la memoria del viento que empujo a nuestros labios un día hace años,

ah, ese viento, ese niño travieso.

Te amo, dice el árbol de los recuerdos que nunca miramos en el espejo del tiempo.

En demasiado amor te amo, dice el amor con su guadaña y sus castillos de arena, y sus relojes azules por el frío,

con los cristales rotos de la ventana del sueño, y al instante, dentro de nuestros nombres algo se desvanece

como una roca de arena, como un gorrión cantando polvo y cautiverio,

y las maromas de dejar pasar los días como un circo errante, se apoderan de la voz, y nuestros cuerpos.

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