La Perla

Desde hace mucho una perla sangra en la fosa de mi corazón.

Alguna tormenta de arena  la enterró viva en compañía de su lamento.

La perla muda, ciega, de la que brota el perfume de la esencia vital,

que conduce a mi sombra por las paredes de la vida.

 

Condenada a la oscuridad de un mundo al que apenas conoce

con un destino impuesto de ser las fuente del llanto de mi corazón.

Hace cuanto no he querido abrile mis ojos como conchas

por las que pueda escapar y consigo su sombra, el mar.

 

Lloro, lloro años y década spara que mis ojos se abran porque nunca han estado abiertos

para que el llanto los limpie y puedan ver la silueta oculta del sol tras la cortina de los días

lloro, lloro para liberar a la perla, a mi corazón del innecesario piquete constante

de sus uñas de nácar descascarando las paredes oscuras.

 

Tanto llanto con el que podría tejer los ríos,

tantas perlas falsas con las que podría suplantar los ojos de los ángeles tuertos

y esa, la auténtica, enterrada siempre, como un fósil del que todavía emana

el eco y la sombra de la sangre y la memoria de las lágrimas,

como una lágrima que se atoró viva en el vientre de mi corazón

y ahí conservó sin salir su belleza de navajas

con las que mi pecho una y otra vez se rebana haciedo culto del dolor.

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