Mis lágrimas no caen en mis poros para alimentar con una pizca más la nieve
que se fecunda en ellos día a día.
No caen en el cáliz de mis manos para reproducirse nuevamente
sino que ascienden como palomas que van a hundirse en una fuente celeste.
Ahí caen y se ahogan junto al mensaje por el que tanto trascendieron,
caen rasgando el velo del agua en el que el rostro de Dios se oculta como una virgen
aún impenetrable para el dolor humano.
Caen, caen en sus ojos claros y abiertos dibujados en su rostro
como las ventanas de la casa soñanada que mira hacia el paisaje de la luz infinita
y se estrellan contra los cristales, Dios tiembla y expulsa sus plumas en un llanto
que el agua de la fuente divina extiende.
El paisaje se empaña y la luz se vuelve agua infinita en el ciclo interminable de la fuente
para que el agua del alma brote en vida y de gotas que se pierden en la ilusionista nada del viento.
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