La Condena de la Flor

Siempre estuve entre tus manos

ellas fueron mi verdugo

que alrededor de mi cuello posaron el filo de sus tijeras

fueron sin duda los ladrones del rocío de mi aliento primero.

 

Siempre lo supe,

que me reventarías el color en fragmentos de sangre

con los que devolverle la vida a tus pálidos labios

y siempre confié en que el tiempo me regalaría

una reserva de lluvia para calmar mi sed postrera.

 

Mis pétalos entre tus manos fueron fragmentos palpitando en un delirio

que extinguió alientos en polvo y de nada sirvieron las espinas aferradas a tu piel

como si las mismas fueran un barranco.

Siempre lo supe,

tus manos serían el sarcófago para el reposo de mis cenizas aún vivas en la memoria de tus dedos.

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