La noche me perdió amor mío,
me perdió como pierde a las palomas en su misión de dar mensajes a los ángeles,
de alumbrar sus sueños.
Me perdió en los reflejos del relámpago y vi mis rostros duplicarse
en la tormenta y en su cristal en llamas.
Me perdió en su laberinto de estrellas
como a Asterión que fue presa de instintos de libertad.
Me perdió en un miedo hecho ave en el alba del insomnio.
Pero el palpitar de tu corazón y su sonido ronco de tiempo,
supo guiarme de vuelta al refugio para mi alma,
a tu pecho de guarida para mi sol cansado de eternidad,
a tu pecho de rocas donde como la ola me escondo de las sombras del mar,
a tu mirada de universos acurrucados en el polvo de los astros, en su infinito
mirar de las pupilas.
Corredores deshabitados se expanden en su virgen soledad,
y como soberana de un reino sin dueño me paseo por los iris cristalinos
y absortos en recuerdos
De vuelta a tu sonrisa, templo en el que yace mi niñez, santo niño de inmaculada memoria,
pila, agua bendita para verter los rezos de la lumbre de la vela torcida por el viaje.
La noche me perdió amor mío, soy sombra
y como sombras en la noche se desfiguran mis siluetas despiertas
para dormirse en el espejo de la luna, quietas en los mármoles.
Pero el latido de tu amor, ese sonido tenaz en el tiempo me vuelve a ti.
Y ahora que regreso grito en los corredores sin final como quien ha vuelto a casa,
y la luz lo recibe.
“Las ninfas (A Fausto)._Lo mejor para ti fuera echarte en el suelo, restaurar en el frescor tus fatigados miembros y gozar del reposo que sin cesar huye de ti. Nosotras susurramos, nosotras musitamos, nosotras murmuramos a tu lado”. Johann Wolfgang Goethe
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