Borrosa canción bajo la lluvia

De hoy tiene la lluvia una vieja y enlatada canción,

una primavera de campanas y torres en pequeñas galerías de barro;

una canción de amor entre el polvo y el viento y los pies seducidos de ayer.

Tal vez recuerdes la letra que se rompe al doblar de la calle detrás del campanario,

delgada niña que descubre sonrisas, delgada tarde aquella a través de un golpe de relojes.

Las libélulas posadas en las cúpulas protegían la melodía,

nidos y campanas arrullaban la espera del beso,

el agua del viento azotaba sus alas bestiales sobre los girasoles en aquella delgada sangre de tiempo,

y gotas de rubí de las nubes heridas cantaban a pecho descubierto.

Nos abrimos paso para escondernos el uno del otro; una nota de ángel se plasmó en los vitrales

y dos pájaros vistieron nuestra piel.

El agua nos desnuda si se rompe el caleidoscopio,

si encuentras los fragmentos del ardor del beso, allí, sobre la frente.

Delgada la tarde miraba por las ventanas de las cúpulas; las ventanas que vislumbraron las alcobas

de los ángeles eran diurnas en estrellas, y en el canto , y en el aúreo timbrar de aquellos ecos

por debajo de las cruces.

La canción guarda en el espejo abierto de las manos el rostro ingenuo de la lluvia,

y en el pecho tenemos ya una sed de futuro

que la canción nos desnuda si la rompes, si la dejas hablar con el asombro del beso,

de la piel traspasada por la cicatriz del relámpago en los ojos.

por el eco del fuego entre el polvo y el barro y las hirvientes entrañas de la calles

declinando en el crepúsculo, en las cloacas y en las campanas ausentes.

Tal vez recuerdes la letra cursiva de aquel sonido impreso sobre los pies,

y no sobre tu sonámbulo automóvil.

Tal vez la delgada espina de la rosa que compraste,

y los pétalos de la niña se maquillen de rocío en la lluvia de este instante

en el que las sirenas languidecen en el cielo anunciador de las trompetas: es la lluvia final,

la más ingenua, la más pequeña.

La lluvia envejecida que no recuerda, y yo camino sobre un hilo de puentes;

la piel, los ojos y el pecho se abrazan a aquel coro que no pudo hablar con todos los asombros

de la fiebre apagada por la voz de tu madre,

y aunque mi cuerpo ya no estalle en la canción, la melodía sigue anotando cicatrices

por el inexpresado delirio de los labios; y sus dedos de trinos que traspasan los oídos de aquellas horas

llegan hasta aquí, hasta el desnudo corazón de este silencio que me embarga.

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