En el columpio

Me subí al columpio y cuando me ponía de cabeza veía a muchas personas que escapaban hacia un lugar conocido; observé cómo lograban burlar familia, amistades, consejos, comodidades; y cómo se escondían para no ser encontradas.
Volvía hacia el centro y observaba las copas de los árboles arriba del tronco.
Al meserme otra vez, oía el rechinar de los argumentos enmohecidos, reconocía que eran del mismo material que el corazón humano, pero etiquetados del año en curso; escuchaba cómo manos temblorosas se arrancaban una, otra y otra Pirámide de Maslow junto con su ombligo para entregarlos a su agresor, y así agradarlo; entonces, pasar a la historia como un punto más de la gráfica no oficial del Síndrome de Estocolmo evolucionado, globalizado y sin excepción.
Cuando paré el columpio, descubrí que contra el auto secuestro no se puede nada. Entendí: Cuidaos de vosotros mismos, aunque, ninguna cosa es imposible para Dios. Buenas deducciones para una niña de mi edad.
Me bajé del columpio y revisé mi ombligo. Sí… ahí estaba todavía.

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