Te vi en ese público de mis sueños y tu mirada me llegó a los ojos como el polvo,
llegó sola, intoncable y me fijó el rostro en tu fígura,
yo dirigía mi discurso a miles,
pero sólo a ti desollaban mis palabras.
Mi voz se propagaba a través del micrófono ursurpando los nidos del silencio
y todos parecían tener una muralla en los oídos,
un muro eterno ante el resplandor de la arena que emigraba de mis labios.
Mi voz manaba de embriones de dinosaurios, de dientes de sable,
de mamuts, cromañones y homo sapiens que se aglomeraban ante el fuego
ya casi extinto de las multitudes.
Pero a ti mis palabras te parecían un diente de león
roto en el aliento de un niño,
te eran familiares como juguetes con los que había que idear historias.
Al término de mi discurso te acercaste tanto a mis ojos
que estuviste a punto de estrellarte en su muro,
y a través de él me lanzaste tu voz,
puñado de tierra que conservé en mis manos al despertar.
Todo tu silencio me habla en sueños,
palabras viejas a las que les cuesta andar con su bastón
y desafían a tus labios en un intento de volver a su mocedad,
se le ensanchan las arrugas a tu voz que apilo
como un montón de ropa vieja en la hoguera que nace de mi llanto.
Qué longevo es tu silencio que me camina por la cabeza,
al paso de un reloj que no termina jamás de completar su marcha
y cómo lleva en los brazos a las palabras nunca dichas
para enterrarlas en la porción de tierra que aun conserva en mi cuerpo.
Tu silecio debería dejar de abortar,
dile que le corte la garganta al eco que puebla mis sueños,
que deje de hacer grietas en la paredes donde escondo
mis discursos acerca de un futuro que sólo existe
en los borradores del tiempo.
Estoy cansada de proferir palabras que van como bombas a tu rostro,
tu rostro que ahora mismo no conozco
es el tuyo y el de muchos,
la imagen fiel de mi fracaso al no encontrar
al menos uno que pueda contestarme con la voz de miles,
con la sonoridad del universo.
Mi voz mana de embriones de robots, radios, computadoras y celulares
ante el fuego extinto de las multitudes, tu nombre repetido en mil labios,
lo incógnito de tu rostro multiplicado en miles de signos.
Hoy no, porque hoy quiero escucharte aunque se me caigan del balcón de la boca los dientes como niños ante un susto
aun cuando tenga que recoger tus palabras cual gotas derramadas sobre la tierra,
quiero beberlas dejando que la sed me domine con su látigo,
necesito calmar el hambre de las paredes de mi dolor con tus
sombras y tus ecos,
pero mañana y quizás hasta pasado mañana,
selle poco a poco con ladrillos la puerta de mis sueños
para que nunca más puedas entrar
y todas mis palabras morirán
antes de cruzar el túnel de mis labios
en busca de tu luz.
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