I
Todo empezó hace dos años, cuando dejé de ir a la universidad. Mis padres habían fallecido brutalmente en un accidente y tuve que aprender a vivir solo. Encontré un trabajo en un circo ambulante que estaba de paso en la ciudad. Era lo ideal para mí porque no tenía dónde dormir y me ofrecieron alojamiento, comida y un salario decente. Durante el día, asistía a los ensayos y proponía mi ayuda cada vez que se necesitaba algo. En la noche, vendía los boletos.
Jamás olvidaré el día que conocí a Mari, una mujer joven cuya luz interior sobrepasaba a todas las demás. Era una excelente actriz que emocionaba al público a cada una de sus representaciones. Fue ella quien me enseñó todo lo que sé de la profesión de mimo. Cuando la vi por primera vez, estaba ensayando la última escena de su espectáculo. Intrigado por la belleza de sus gestos, me acerqué al escenario e intercambiamos una mirada. Fue así que un amor sincero y profundo se deslizó en nuestros corazones.
Mari era todo para mí, pasaba todo mi tiempo libre a su lado. Pero a veces, de un día para otro, la vida cambia radicalmente de camino. Una tarde, vino a visitarme en mi caravana. Estaba desconcertada. Yo sentía bien que algo le preocupaba. Como se quedaba callada, le pedí que me contara lo que le había ocurrido. Me contestó que estaba cansada. Ya no dije nada. Ella que parecía tan fuerte habitualmente se veía muy frágil en este momento. Entonces la abracé para consolarla y el calor de nuestros cuerpos le hizo olvidar por un rato su malestar.
Después de esa noche, todo cambió entre nosotros. Mari se volvió distante y fría conmigo, estaba como ausente. Nos veíamos cada vez menos, lo que me apenaba profundamente. La amaba como un loco pero era incapaz de aclarar esa situación tanto era el miedo que me daba perderla. A parte de algunas banalidades para amoblar las conversaciones, ya no nos hablábamos. Nuestra relación se había vuelto puramente carnal y a pesar de mi deseo de estar con ella para siempre, me contentaba de lo poco que me daba.
II
En aquel momento, la vida seguía su curso en la pequeña comunidad nómada. El verano se acercaba y nos habíamos establecido en un inmenso jardín situado en el corazón de una ciudad. Todo el mundo se dedicaba a los preparativos de la próxima temporada. Teníamos mucho éxito y un sinfín de visitantes habían comprado sus boletos para ir a vernos. En cuanto a mí, para olvidar mis frustraciones amorosas, me consagraba cuerpo y alma al trabajo. De hecho, era el primer verano donde presentaba mi espectáculo de mimo. ¡Al fin iba a probar las sensaciones que produce el escenario y el público!
Una mañana me surgió una idea brillante para mi espectáculo. Pensaba en una escena muy graciosa con un perro y su amo. De inmediato, me fui a la caravana de Marco el domador, para pedirle me asistiera pero no estaba allí. Lo busqué durante dos horas hasta que al fin lo encontré sentado en una roca, la mano en la frente. Me acerqué y lo saludé. Parecía inquieto y ansioso. Había llorado.
– “Shiva desapareció – me confesó – cuando llegué en la madrugada, su jaula estaba vacía. Recorrí todos los alrededores pero no vi nada. No entiendo, se volatilizó como por encanto.
– ¿Te puedo ayudar en algo?
– No lo creo – me contesto él con resignación – perdí a mi tigre y este tipo de animal aterroriza a los hombres. Tengo miedo de sus reacciones… Podrían hacerle daño.
– ¿Y qué vas a hacer?
– Voy a señalar su desaparición a las autoridades. Sabes, tengo miedo, realmente, Shiva no es un tigre como los demás…”
Se puso a llorar y lo reconforté lo más que pude. Me imaginaba que Marco debía de tener una conexión especial con su tigre para que se pusiera así. Buscamos al tigre en la ciudad pero no lo encontramos. Nadie había visto o escuchado hablar de un tigre. El domador tuvo entonces que readaptar su espectáculo para la compañía y aceptó trabajar conmigo.
Nuestra obra recibió excelentes críticas, el público estaba encantado de vernos hacer de payasos en el escenario. Cada día, ensayábamos sin descanso, teníamos ideas nuevas constantemente y nuestra colaboración fue un éxito. Sin embargo, a pesar de la fama que teníamos, sentía que a Marco le había profundamente afectado la pérdida de su tigre. Todos los días me hablaba de él.
Un día, me anunció que al final del verano iba a dejar la compañía. Lo venía pensando desde hacía ya algún tiempo y ahora que ya no estaba su tigre, estaba más que decidido a realizar un sueño antiguo: Explorar América latina con su perro y vivir de espectáculos de calle. Me propuso acompañarlo en esa aventura y le pedí que me dejara un poco de tiempo para pensarlo. Necesitaba hablar seriamente con Mari antes de tomar tal decisión.
III
Mari presentaba su obra cada sábado en la noche. Era el único día que podía verla. Cuando se cerraba el telón del pequeño teatro de madera que habíamos armado, iba a los bastidores y la esperaba. Hablábamos un poco, ya saben, banalidades. A veces, se quedaba conmigo y dormíamos juntos. Aprovechaba esos instantes fugaces para abrazarla y dejar invadir mis sentidos de su dulce olor. Pero ella guardaba la misma frialdad. Y yo, desesperado, recordaba esas mañanas en las cuales pasábamos horas enteras riéndonos juntos, cuando vivíamos sin poder apartar nuestras miradas y donde el instante presente era como la eternidad de un paraíso celeste.
Cuando Marco me propuso partir con él, provocó en mí una avalancha de tormentos con respecto a Mari. Yo había llegado a mi límite con su actitud y la exasperación me ganaba. ¿Aún me amaba? ¿Por qué me rechazaba así? ¿Sólo era un juguete para ella? ¿Debía dejarla para siempre? Tantas preguntas que inquietaban mi alma hasta convertirse en una verdadera obsesión, una obsesión malsana que rompe las venas del interior y que acaba tarde o temprano revelando pulsiones incontrolables.
Ya era hora de platicar con ella, sólo quería saber si teníamos un futuro juntos. Y apurado y estresado me dirigí a su caravana. Cuando llegué, toqué a la puerta. Una vez, dos veces, tres veces… Nadie abrió. Empecé a perder el control, mi desesperación iba creciendo y me puse a golpear la puerta muy fuerte cuando de repente escuché el sonido de un gruñido. Seguramente mi imaginación me estaba engañando y me quedé inmóvil un momento. Se escuchó otro gruñido y fue entonces que pensé en Mari, podía estar en peligro. Forcé la puerta, entré en la caravana y el pánico invadió todo mi cuerpo.
Frente a mi estaba Shiva. ¡Parecía mucho más grande que en su jaula! Marco se pondría contento, había encontrado a su tigre. Personalmente, yo no lo estaba… Imaginen lo que puede sentir un hombre confrontado a la mirada de un animal así. Estaba paralizado de miedo y a la vez fascinado por la belleza del animal… Cerré los ojos y esperé a que llegara mi triste fin en este mundo.
Pero ocurrió todo lo contrario. ¡Un milagro! El tigre se acercó y empezó a olerme . Luego se sentó frente a mí y esperó a que abriera los ojos. Fue lo que hice cuando constaté que no me atacaba y lo observé: un tigre majestuoso cuya mirada de oro y de luz transcendía el espacio que nos rodeaba. Fue entonces que empezó a hablarme… Era un discurso silencioso y fuerte en significado que llegaba a mis oidos. Algunos científicos llaman a ese fenómeno “telepatía”. Yo soy incapaz de darle nombre, cuando se vive una experiencia así, pensamos en alucinación o locura. Pero se los aseguro, yo no estoy loco y en ese preciso momento, estaba más lúcido que nunca.
IV
Durante una fracción de segundo y en solo una mirada, comprendí todo lo que me dijo Shiva:
“Nací en la Amazonía y fui arrancado a mi madre por los hombres cuando era bien joven. Sin duda el destino tenía algo que ver con ello. El oráculo ya había revelado que yo era aquél que viviría en compañía de los humanos porque tenía el don de poder comunicarme con ellos. Demostré una gran paciencia en tu mundo. Me maltrataron, me vendieron, me privaron de mi libertad y me encerraron en una jaula. A pesar de todo lo que me hicieron, jamás fui agresivo.
Y fue en un espacio confinado que durante años observé el comportamiento de tus semejantes. Reconocí en algunos de ellos grandes virtudes pero ninguno comprendió la importancia de la libertad.
Hoy estoy harto. Sus ciudades solo son prisiones doradas donde cada quién tiene que someterse a un sistema absurdo dirigido por la burocracia, la codicia y el egoísmo. Todos provenimos de la esencia de la tierra y cada uno de nosotros es parte integrante de ella. ¿Entonces por qué no contentarnos de lo que nos ofrece la naturaleza en vez de destruirlo todo? Necesito volver a mis raíces y es cerca de los indios de la Amazonía con quienes debo permanecer. Te ruego que me lleves allá”
Acepté sin vacilar. Estaba tan subyugado por la singularidad de ese animal fabuloso que me era imposible negarle lo que fuera. Tenía como un poder hipnótico sobre mí. No como aquél de los grandes hombres adulados por miles de personas, sino como el de un dios sagrado inspirando respeto y fe.
Fue en este momento que Mari entró en la caravana. Cuando ella me vio al lado del tigre, comprendió inmediatamente lo que había ocurrido.
– “¿Por qué no me dijiste nada Mari?
– Me hubieras tratado de loca si te hubiera hablado. Tenías que verlo con tus propios ojos para creerlo. Ahora necesitamos tu ayuda, lo harás?
– Por supuesto.”
V
La noche de la evasión, fui a buscar a Mari y al tigre. Afuera, las calles estaban desiertas, los bares habían cerrado. No había nada más que el silencio y la oscuridad de una noche sin luna. Había alquilado una camioneta y dejamos el campamento.
Pero desgraciadamente, había un control a la salida de la ciudad. El policía que nos detuvo era un hombre corrupto y manipulador que intimidaba a los inocentes para sustraerles dinero. Pretextó estar buscando a un sospechoso peligroso. Nos pidió nuestras identificaciones y nos hizo salir del vehículo que empezó a revisar. Nos mirábamos con inquietud Mari y yo, ¡estábamos tan cerca de nuestro objetivo! El policía abrió la puerta lateral de la camioneta y se encontró cara a cara con el tigre. Se podía leer el espanto en su rostro. Reaccionó tomando el arma que tenía en su estuche y retrocedió de tres pasos. El tigre se acercó a él a fin de captar su mirada y rogarle de partir pero el hombre no se quería atrever a mirarlo, solo veía sus patas y sus garras amenazadoras. Cuando Mari se dio cuenta de que iba a disparar a Shiva, instintivamente, sin pensarlo, se interpuso entre ambos y recibió una bala en pleno corazón. El policía se quedó plantado y sin habla un momento antes de salir huyendo precipitadamente.
Abracé a Mari diciéndole cuánto la amaba. Mi corazón se ahogaba en lágrimas mientras el suyo dejaba de latir. Pero teníamos que continuar, la jungla ya estaba cerca. Como no podíamos abandonar el cuerpo inanimado de Mari, la llevé al interior de la camioneta con el tigre. Y fue con una inmensa pena que se acabó mi periplo. Cuando liberé al animal sagrado de todo el peso de la cruel civilización, él me prometió que Mari iba a tener una sepultura digna de una reina y descansaría en paz en el corazón de la selva. Me agradeció y me ofreció el don de la serenidad. Con su mirada sincera me dijo: “En donde te encuentres, siempre te guiaré hacia el camino de la felicidad. Un día, podrás guiar a tus congéneres, les enseñarás el respeto de la vida, bajo cualquier forma que tome”. Lo saludé asintiendo y me despedí de Mari que ya se alejaba volando sobre el lomo de Shiva.
En el camino del regreso, me di cuenta a qué punto los hombres estaban ciegos y que la felicidad está a nuestro alcance. Me encontré a Marco en el campamento y acepté su propuesta de viaje para deshacerme definitivamente de los caprichos de la ciudad. Explorar el mundo, vivir libre, transmitir y compartir, tales eran mis nuevas metas, y todo gracias a ese maravilloso tigre que me enseñó el amor a la libertad y el esplendor del universo. Descubrí cuáles son las leyes que gobiernan al cosmos y cómo nosotros, simples seres de carne y de sangre, podemos iluminar nuestras vidas de magia y de paz. La comunión con el mundo es la clave de todo.
A lo largo de mi vida, siempre he seguido pensando en Mari, sé que aún está a mi lado. Su alma se regenera en el espíritu de la naturaleza. Percibo su perfume a través de las flores que respiro, siento su soplo en el viento que acaricia mi rostro, su belleza interior permanece en las profundidades de los ojos de cristal y su calor me envuelve con todo su amor a través del árbol bajo el cual estoy descansando.
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