La noticia es fresca. El Museo del Louvre vive sus últimos momentos. Los oráculos climáticos e incontables restricciones presupuestarias de la República no habrán pasado de entretenimientos en balde, miserables asaltos, ridículos y risibles estandartes ante la asamblea de unos racionales. El hombre sabe hacer y reluce deshaciendo. El Louvre vive sus últimos momentos, permítanme que me lo repita, no hay de otra que creerlo, la noticia está, aprehendida entre la taza de té y la fruta ya mordida. Al director del museo se le notificó la decisión en un encuentro con el ministro de tutela, ese encuentro amerita ser contado, me lo compartió el interesado:
“- Estimado Señor Alphonse Rouzouart, estimado Señor Director, no me figuraba yo posponer más nuestro encuentro, el misterio, los murmuros, los cotilleos fragilizaron lo suficiente la presente situación... - Absolutamente de acuerdo. Llevo semanas enterándome de todo y su contrario. Cada narración de esta historia agita en mí risas terribles... ¡Un cierre de museo, y el Louvre! Con eso siento ser parte de una de las farsas mejor ensayadas del siglo. Son quince días de considerable carcajada,es tal el aturdimiento causado por semejantes idioteces que contagié una inaudita costumbre: la de retener por los pasillos del museo a compañeros, y ponerme a escuchar con sonriente asombro la manera tan soberbia de certidumbre que tienen todos ellos en su modo de narrar a veces embelleciendo, a veces agravando, el asunto. Descubrí en el seno mismo de mi museo inverosímiles talentos! Créame, talentos, le digo! Comediantes de los más renombrados escenarios, infantes de la Comedia, tiene, si así lo desea, mi permiso de escoger de entre mi gente para revivir los teatros de nuestra capital. Se lo vuelvo a decir... - Señor Rouzouart, tome asiento y soséguese, el asunto es grave. - Señor Ministro, le ruego no ande de tenebroso, le invito a considerar más escrupulosamente lo divertido y atípico de la situación en la cual me encuentro. Los recortes de presupuesto no son novedad en el oficio a través de estos últimos veinte años ¿Creerá sinceramente que no se haya anticipado nada en el Consejo de Administración que me es dado presidir? Mis colegas y yo les conocemos, sabemos de sobra que los salones dorados de la República visten un amor odioso hacia nuestros bienes culturales. Tiene la República el arte de pesar la moneda, nosotros aquel de gastarla. Le imploro no vea en mi palabreo muestras de rencor; lidié con sus antecesores y aunque sea yo un pilar de la soldadesca cultural, he aprendido dos tres cosas a costa mía mas ¡Cuán instructivas! ¡No se torture, no oscile, sea franco, sea brusco, asésteme una nueva limitante! - La decisión tiene la aprobación del Presidente, el Consejo de los Ministros reunido el pasado miércoles ha sido consultado y ratificó la dicha decisión. La Asamblea – íntegramente sumisa a las prerrogativas del Presidente - no tardará mucho en... - ¡No le conocía su joven inclinación a andar con tantos rodeos! Temo que me haya acostumbrado a discursos menos "redondos" que digamos... Sea seguro de mi agradecimiento, comprendo que trate de ampararme, menguar mi dolor, endulzar mi trago amargo, mas le aseguro comprender y le quiero reiterar mi apoyo, inhale y libere lo reprimido ... ¡No se maltrete así, no malgaste su ternura! Le sé sumamente abstraído de demás consideraciones culturales ¡Dígalo, alíviese, apuñáleme y saludémonos como de costumbre! - Es insufrible Rouzouart! Su voz sabe cómo complicármelo todo... - ... - ¿Qué hace? - Me enclaustro, verbalmente, Señor Ministro. - ¿Cómo? - Quisiera brindarle a nuestro Acto un reparto más equilibrado. Su personaje corre con menos fortuna que el mío, es ofensivo para Usted, su rango se merece más consideración de parte mía, sus parlamentos son limitados y tortuosos, ¡Ocupe mi espacio! ¡Reafírmese! - Bien, acabemos de una vez con este tema escabroso, así que le iba diciendo... - ¡Ah...! ¿Intuyo una pizca de abuso ¿no? ¿Si le cedo mi espacio, sería exigirle mucho dar muestras de gratitud y hacer de ello buen uso como yo con Usted hace un periquete? Razone sus vanidades Señor Ministro. Piense en innovar, de quererme retener todavía por mucho tiempo. - Bien, como le iba diciendo... - ¡Ah...! Señor Ministro, deténgase. Nada, nada, nada va. Su cuerpo ¿Qué trato le está dando? - ... - Ninguno, absoluta y definitivamente ninguno. ¡Vaya lástima! ¡Sublime su angosto traje, restaure la dignidad de su apelación! ¡Levántese! ¡Mire bien los oros que le observan! Ellos esperan al igual que yo una gran generosidad discursiva. Textos, Señor Ministro, lee a más de cien y entiende a unos ocho. ¡El texto, las palabras, los sonidos, los acentos, las intenciones, las puntuaciones, los verbos verdugos, las aserciones víctímas! ¿En qué siniestro entierro lo sumergió todo? Abajo de las bóvedas donde estamos reunidos, vería oportuno exigirse más. Suelte la retórica de las tardes domingueras ¡Usted, Ministro, Actor!¡Su puñal es lento, tierno, amoroso! ¡Su puñal es blando, cortesano, corrupto! Su persona se corrumpe sola ¡Sujete con fuerza el cariño, un corto rato bastará! Frénelo y golpee ¡Pero con voz y ademanes! Un gesto mudo es una mímica, una voz sin cuerpo es un drama, una tragedia, un trágico perecer! ¿Se engolosina con la ópera mi querido Señor? Repetidamente nos hemos encontrado allá, y tuve una vez la oportunidad de tenerle sentado a mi lado mientras sonaba el recital sobre Bizet, el vals de los intérpretes le colocó en una infinidad de muecas que en ese preciso momento supe entender con claridad. Le emociona ver el rostro orgásmico de la cantante al ofrecernos la letra: “He aquí el fin de semana / ¿Quién quiere amarme?”, Carmen es bella cuando miente, cuando la mentira se proclama, adúltera e huidiza, en su cara! Imita a Carmen en sus ambivalencias, imprima en una palabra una mueca, apriete las mandíbulas sobre los temibles oráculos que me está por compartir ¡Invada este lugar y digiérame estruendosamente! Un modesto consejo mío, un consejo de parte de una audiencia leal y madura, soy de cansancios fulgurantes... ¡Mire! Corro a apoyarle con su monólogo... - ... - El cuerpo, enderezado, de este modo, sus brazos así colocados, y su mirar... ¡Sí! ¡Ése! Ahora dígame la primera frase de su parlamento. - ... - Otra vez... Ahí le falla. ¡Qué deserción de convicción! “Tras laargas ccconcertaciones, el PPPPPresidente y yo, Queremos reestructurar el espacio del museo del LOOUvre.” ¡Le toca! - “Tras laargas ccconcertaciones, el PPPPPresidente y yo, Queremos reorientar el espacio del museo del LOOUvre.” - Es buen alumno Señor Ministro, el Presidente cuidará mucho de Usted, seguramente... Continuemos ¡Que no se le escape esta apostura! - Las condiciones económicas actuales obligan una profunda remodelación... - Las condiciones econOOONÓÓMIIcas actuales Oobligan una PRRofUUNda RRREmodelacIÓN. Insista sobre “económicas”, tiene enjaulado al espectador con esta palabra! ¡No tiemble ante la cumbre de su texto! Ya no se apure, lo tiene en mano su protagonismo! El espectador es suyo, concédale el suave veneno de una razonable y curativa espera... Sigamos. “Se arrasará el edificio del museo y se instalará allí una plaza comercial proponiendo a la venta reproducciones de obras de las colecciones.” - ¿Y la elocuencia? Señor Ministro. No surtió efecto. Ya me tenía preso, primero acechado, luego atrapado ¡Sufre inconstancia Señor, no le es imposible, desafortunadamente, pisar el escenario como Othello y despedirse como ninfa engañada! ¡Trabaje su enraizamiento escénico! Lo lamento pero me ha venido quitando tiempo, me esperan en la Comisión de los Museos. Señor Ministro me es siempre grato acompañarlo como hoy.”
Más tarde por la tarde de ese mismo día el Señor Rouzouart asistía a la reunión de la Comisión, allí se argumentó acerca de todo, serias remodelaciones, cada barrio de la capital tenía un bien por sacrificar hasta que se concluyese una renovación, un reajuste que favoreciese la voluntad de ahorrar del gobierno. El Señor Rouzouart no había prescindido justo después de llegar a la Comisión de poner al tanto a sus colegas sobre su encuentro con el Ministro, les había expuesto exhaustivamente de qué iba todo el asunto, prevenía de privaciones, limitaciones de presupuesto, la asamblea de oyentes en su gran mayoría no trató de ocultar lánguidos encogimientos de hombro más o menos marcados según el grado de compasión y empatía. La sesión fue larga, los adversarios de Rouzouart argumentaban, se oponían, se resignaban con el corazón partido, bajaban la cabeza, lloraban el cuerpo inerte de las mentes políticas, se entregaban a ensueños de reconversión por el campo bretón aferrados al caliente recuerdo de sus ilustres carreras, saborear la memoria del París opulento de los años 60, cuando un asistente de la Comisión llegó a obsequiarle a Rouzouart un telegrama.
“Supresión del Louvre. Edificio demolido antes de cumplirse 20 días. La literatura se me hace más expresiva según yo Señor Rouzouart. Su considerado Ministro.”
La lectura del telegrama tuvo tiempo de demorarse sobre cada ornamento de la pieza antes de posarse, filosa y trágica, en el oído de su destinatario. Los compañeros empezaron a tranquilizar al director del museo. “- No es más que una reubicación del museo. En esto no pierde nada, ni su plaza ni su honor. - A mi parecer es afortunado, querido colega. A otros les exigieron la renuncia, Usted, se irá a descubrir rumbos aún misteriosos, no pasa de eso.” Rouzouart calló, no tanto para recibir mejor las sandeces de la comunidad museal, quería escucharse, oir cómo el azoramiento alargaba el eco de esa lectura – Demolido -. “- Cuántos asesinatos han sido cometidos en el Louvre a lo largo de su historia? Cuántas viles intrigas circularon cuales víboras por sus salones? Cuántos espíritus amordazados han sido envenenados allá, en mi museo? - Ahórranos el reconteo Rouzouart. ¡Que me ahorren ellos entonces el asesinato! La Historia es ardoroso tejido de asesinatos, sin embargo, estimados colegas, hoy es la guillotina para la Historia, el costo de la ignorancia que acabamos de reinstaurar.”
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