EL ARADO
Por Jorge G. Zarza Spíritu
En una pequeña parcela un hombre araba. Se le veía empecinado en romper la tierra con su arado. Ella se resistía a ser penetrada con aquello que la hería. El hombre no cejaba y pretendía que un bien le hacía.
La tierra cedió al arado y él permitió su fecundación con la semilla. Fue su fuerza y su dureza, lo que facilitó que la vida en ella surgiera.
La tierra orgullosa de ofrecer su fruto, al arado agradecía que tan duro la tratara.
Aquel hombre ahora descansa y agradece al arado, que en la labor no se ablandara, y que a marro tan bien lo forjara, un herrero en la fragua.
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