Poso mi mirada en ese cristalino reflejo que cuelga de la pared,
nado a través de las capas de mi rostro y de piel al parecer intacta
sobre lo que son las cuerdas de un títere más.
Me enfrento a mi antifaz de plumas rojas que un ave me fabricó en el momento de nacer,
esa dote que me dieron los dioses al desterrarme del paraiso.
Curioso objeto que me sirve de protección y de manto para ocultar
las cenizas de lo que fue un rostro decente.
Plumas rojas que se delizan por mis mejillas benbiéndose el agua
que derramo a srobos, secan el pavimento de sus calles encharcadas
y malolientes por el polvo que emerge de adentro y finalmente
caen desde mi barbilla hacia la punta de mis dedos cual naraja descuartizada.
Quedan mis ojos desnudos, mi nariz libre de angustia es una niña que corre sobre
un campo de aromas. Se van las plumas hacia los cristales que reproducen sus figuras,
se estrellan en el espejo cual pájaros heridos y la piel se me desgarra como un papel.
Tiras de mi caen lentamente al copas de las plumas como si yo fuera un ave gigante
que se afeita frente al espejo, hacia la ventana de si misma.
Mis cabellos juegan a lanzarse al abismo junto con los labios
que pronuncian un adios por las rendijas del lavamanos.
Las retinas me dan vueltas, salen disparadas como polvora en el destello,
las pestañas se asustan y mueren de un infarto.
La nariz también se va por el desague como una sirena que huele a hombres en el mar.
Las cejas se sostienen a las ramas del barranco y al final caen irremediablemente
en la danza de su péndulo. Todo cuanto era se distorciona en el espejo empañado.
La cabeza al último intento de vida se aguanta al cuerpo de piedra y rueda pies abajo.
El cuerpo cae a trozos y se esparce por el mundo que está detrás del espejo,
se origina la explosión. Mis orejas mutiladas se aferran al último sonido.
Ya no estoy frente al río que fluye ante mis ojos.
Se refleja el vacío de mi oscuridad sin fondo desde donde piedras azules se bañan de lodo,
Ya no hay nadie que finga ser yo, sólo yo y mi cuerpo desnudo.
Mi mirada se pasea por los contornos de la mujer de enfrente,
un cuerpo elevado como una torre que se destroza y cae sobre las hormigas despavoridas.
Busco los restos del antifaz, plumas de un ave muerta para ocultarse de la vida diaria ante sus flamas.
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