Se escapan de mi mente recuerdos de un viaje antiguo
Donde resuenan los tormentos de una música inmortal,
Precipicios imprevisibles de un desierto cerúleo
Cuya vehemencia espuma su fracaso en la linde de su huida.
Dar el primer paso y sumergirse en los entorpecimientos de las olas,
Sentir las ondas de zafiro aliviar las quemaduras
Que sepultan la piel con abismos de luces,
Cruzar los caminos tenebrosos
Hasta llegar a los confines de la ingravidez.
Navego en una tierra límpida conquistada por los colores celestes
De un espacio sin fin, divina melodía de una resaca incesante
Que me recuerda la elocuencia y el resplandor de un gran poeta,
Baudelaire cantando de sus versos soberanos
El amor del hombre por el mar.
La corriente me transporta pronto en profundidades abisales
Y me evaporo entre las aguas submarinas
Que arrasan la inercia de mi ser.
Mi cuerpo se vuelve flujo y reflujo de las mareas,
Mi corazón se vuelve néctar de sal.
Dejo de respirar un instante…
Mientras saboreo mi comunión con el Océano,
Una efusión de libertad se difunde en mis entrañas
Y veo a lo lejos la luz del faro que me suplica regresar.
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