De israelíes, palestinos y otros disparates

Pon atención, Samantha. Esto es lo que va a pasar. Llegarás al aeropuerto en la mañana, justo a tiempo para cuando la Mezquita abra al público en general. Nadie te reconocerá en el aeropuerto. A simple vista podrás parecer una chica americana, la típica rubia de ropa entallada y mirada perdida. Pero tendrás hecho un plan. Llegarás al hotel y sin perder tiempo te cambiarás de ropas. Tendrás sumo cuidado de colocar el arma cerca del pecho, para que no se dañe durante el ataque. Ya lista, con el hiyáb puesto y la voluntad dispuesta, saldrás a las calles de Jerusalén con la mirada en el suelo, emulando a las demás islámicas que adornan la ciudad.

Entonces llegarás al Al Aqsa, cerca del Muro de las Lamentaciones, e ingresarás al recinto pasando de largo a los oficiales que custodian la entrada. Serás una seguidora más, mirando al resto de la gente entre el velo. El lugar será enorme, pero tu lo habrás estudiado para ese entonces. Tendrás todo estudiado, y aunque no quisieras que haya daños colaterales, al ver a todos los turistas a tu alrededor sabrás que no hay forma de detenerlo.

Pero no te preocupes, pasará algo. A las cinco de la tarde los turistas serán desalojados para el tiempo de oración. Las mujeres irán a una de las salitas, pero tú, Samantha, seguirás a los hombres, siguiendo el plan de venganza. Ya ha sido suficiente de tanta violencia. El conflicto debe terminar y con esto serás escuchada.

Te acercarás con cuidado, entre las columnas que rodean el recinto de oración. Escucharás a los hombres rezar y tendrás que caminar sin que te noten. Te quitarás el velo y las otras ropas, dejando al descubierto los pechos. Correrás al centro de la sala, señalando a los musulmanes y gritando blasfemias a su nombre. ¿Pero que pasará si nadie te mira? ¿Qué tal si nadie se asusta y solo continúan con su labor sagrada? Entonces llegará la policía y te sacará de la mezquita. Puede ser que uno de los oficiales sea una mujer.

-¡No somos objetos! ¡La mujer debe ser libre para hacer y ser lo que quiera! –gritarás entonces mientras te arrastran a la salida. Estando afuera, puede ser que una mujer musulmana se te acerque, por el escándalo que has provocado-. ¡Hermana! ¡Despojate de las ropas que te oprimen! ¡No dejes que este fascismo masculino te acalle!

Pero ella solo te verá, en silencio, y te arrojará una sabana al cuerpo, cubriendo tu desnudo. Entonces se inclinará y te abofeteará sin que puedas defenderte. Se irá entonces y te quedarás ahí, sola, siendo observada por la gente. Confundida y sin saber exactamente que habrá pasado. El mensaje en tu pecho se irá corriendo por el calor del momento y tú te preguntarás si es que quizás nadie entendió el porqué habías hecho todo eso.

Después de todo… ¿Qué podría salir mal?

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“La mujer actual tiene una obsesion por ser igual que el hombre, y no se por que, si el hombre es un pobre diablo desorientado.”

Antonio López

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