Pretendo no seguirle el juego a los pensamientos radicales. De mis tonterías no soy esclavo más cuando me enamoro. De lo contrario a lo sentido, siempre busco el lado bueno de las amargas situaciones y siempre caigo en el remedio distinto a los desenlaces. De lo que fui en mi vida pasada recuerdo poco, quizás fui otro escritor frustrado.
Esto va lento, a carga pesada, a arrepentimiento rápido, a tragos baratos. Esto sigue un curso irregular, sin sofocarse en lo habitual, sin despreciar la oportunidad de seguir hacia adelante sintiendo la pasión a lo desconocido y lo épico. De lo normal no deseo nada, de costumbres no conozco ninguna. Me desvió al cementerio de las ideas brillantes asesinadas por el conformismo y de las cuales tengo pocas en sepultura.
Fumando profundo, asesinando el pulmón, alimento el nerviosismo, imaginando la próxima obra, la próxima palabra, esperando que acabe antes la inspiración al cigarro que consumiéndose como tu vida tras exhalar el humo se retuerce en las neuronas ese químico que las destruye sin piedad.
El corazón ya no sabe que ritmo tomar, si rápido por el beso de la amada o lento por el alcohol amargo de la botella. Se desgasta de tanto vivir, de tanto exceso por ser superior, de tanto desprecio por ser indiferente a la sensación de estabilidad. El corazón muere de infelicidad por no comprender lo que el cerebro pretende seguir a sueños que hasta el pecho siente. Ideales que hasta el cerebro no comprende.
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