Entre el cansancio y el sueño que me invade hoy está el recuerdo
del café que no se terminó de beber aquella tarde.
Entre aquella tarde y hoy navegan cinco años,
cinco anuncios arrastrando sus chachivache de lunas como sandias rotas,
como columpios que se mecen en las sombras de un parque,
mapas invisibles, esferas de cristal vacías y sus manos quebradas de espuma
que aún sostienen la taza con los restos de aquel instante.
Del instante amado porque en él yo supe que serías los puentes al mar abierto,
el horizonte en un intento por alzar su espalda para tocar la tímida piel del cielo;
y que hoy tras haber andado sobre las hojas estarías en el rincón ignorado de las puertas,
en las esquinas de cada camino elegido al azar, para buscar un café cualquiera.
El corazón en su burbuja de vida roja y palpitante sabe que buscas aquel, el olvidado,
el eterno testigo de un beso disparado que no hirió lo suficiente,
de unas palabras que llegaron a la inquietud por nacer de los muertos.
Ese café no era sangre de la tierra, era sangre del cielo, lluvia erizada de trueno,
corazonada de la herida del relámpago que una vez bebida me colmó
del canto avivado de las auroras celestes.
El aroma de ese café aún me canta entre el insomnio y el miedo de perderte en los desvelos;
es el café endulzado con la lágrima de entonces que revive, el que se despierta y bebe a sí mismo
y se funde en el cosmos de la taza y me revela y me transgrede abismos que devuelven olas,
días anclados al agudo llanto, al olor del polvo en otro espacio, al llanto silencioso en cada espejo,
en cada risa que no terminar de aflorar, en cada encuentro de las miradas con la palidez de los recuerdos
Has emergido para arrancar la miel de la lágrima que aún el tiempo te conserva,
y me hablas, no con los labios, sino con el cuerpo entero en un breve destello de la oscuridad en la piel.
Ya no puedo cantar tu nombre aunque mi alma te envuelva como las ramas de una vieja noche.
El olvido va creando su rincón de tedio, y ando sin pronunciar esencias , las dulces palabras del café
invisibles y eternas tienen un aroma a olvido, a amaneceres en la cima de un corazón acorralado
por grillos resucitadosde una noche siempre presente, un aroma a pájaros presos en el umbral de la memoria.
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