El recuerdo olvido se impone entre la oscura luz del espejo y las luminosas sombras,
que al reflejarse a sí mismas con tu rostro se recuerdan, se olvidan.
Esta noche el olvido enciende sus velas, la luna se quiebra y el plato roto y es plato filoso de polvo de
estrellas.
¿Cuántas semillas de luz conformaban al pálido astro de la noche?
¿Cuánto olvido necesito para recomponer tu imagen en los rincones olvidados de la memoria?
Esta noche el no-recuerdo ha recordado su nombre como un grito silencioso que abre los ojos del cielo
para que vea los sueños del espacio, el infinito nacer de las estrellas mientras otras renuncian a su
eternidad y abrazan la muerte para que el no-recuerdo de tu nombre explote en mi garganta,
fuego de palabras que iluminan al silencio, rostro fantasmal del oscuro lado del reloj.
Esta noche en que el olvido es el recuerdo de todas las miradas, de todo el amor profesado,
somos la sombra de dos llamas, fuegos invisibles que se extienden como ramas de los árboles de cera.
Pues velamos el efímero destello del olvido al recordar lo imborrable, lo imposible, la huella perenne
de los astros en el liezo húmedo del firmamento y extinguimos de nuevo el ardor que se acrecienta en
chispas y abrazan y deshojan en sus troncos derretidos.
Esta noche el olvido enciende sus velas, comanda su marcha de antorchas donde tú y yo nos fundimos
en la multitud de seres que se forman ante de ser inmolados, y nos erguimos como columnas
que en su último entre las brasas se desploman frente a frente antes de ser cenizas,
alimento de los recuerdos en extravío.
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