Llega una enfermera joven a la cama del hospitalizado cuando vuelve en sí, le dice:
−Allá están algunos de sus familiares, ¿quiere que pase alguno?
−¿Qué apellido le dieron?, porque yo ya no me apellido así –lo dice adormilado y continúa−, lo tuve que cambiar por razones de seguridad, renuncié a ellos cuando lo hice, dígales que no se tomen la molestia de estar aquí.
−Está bien, señor… señor, no entiendo lo que dice… ¿cuál es su nombre?
−Auris, no Aurelio –lo dice con voz molesta, pausada y sigue diciendo–, también cambie de sexo.
−¿Por razones de seguridad?
−¡No!
−¡Ah, perdón!, por cierto, hay un padre que está pasando por este pasillo, ¿quiere que lo venga a ver?
−¡No!, renuncie a esa religión, me borré de la lista –lo dice aumentando la respiración, apretando la boca, sigue hablando lento y bajo−soy anarquista.
−¡No lo sabía, disculpe!, en este carnet no se parece…
−Soy la misma persona, por si a eso se refiere –tose y se le ve un esfuerzo por continuar−, me sometí a varios tratamientos, tengo remplazo genético, cirugías plásticas, pero soy yo. Mis huellas digitales los confirman… aunque ahora, con el accidente quedaron cubiertas por el yeso…
−No importa, es usted un ciudadano de este país, y eso es lo que importa, ¿no cree?
−Ya no, cambie de nacionalidad, vine aquí de vacaciones y tuve el accidente. No sé dónde quedó el pasaporte… Por qué me mira así, enfermera.
−¿Usted se siente usted?, ¡Perdone, es que soy nueva, y todavía no sé qué no preguntar! No le vaya a decir a mi jefa, ahí viene.
−No se lo diré, tranquila –le sonríe y susurra−, buena suerte en su nuevo trabajo.
−Gracias, Dios os guarde…¡Mmm, perdón, mejor me voy!
Fin
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