Las casas se conservaron en el tiempo, no importa la pintura nueva, no importa los arreglos en el exterior. Las casas de aquella colonia tan olvidada siguen suspendidas en la memoria de quienes crecieron cobijados por el efecto que aquella gente provocaba. Las luces no son suficientes para aclarar la nocturna necesidad de escapar de aquel polvo asfixiante, que, junto con las memorias, se vuelven insoportables. Pero a todos nos marcó, a todos nos dio con la daga y llevamos el veneno. No puedes succionar y escupir, no puedes tomar nada como antídoto, solo fija una meta, la única que importa ahí: Huir antes de que te transforme.
Y sigues fijando tu mirada ahí, en los recuerdos que cruzan las calles. En los detalles que aun no han podido modificar. Sostienes tu vaso, le das un trago y sonríes. Saliste de ahí a tiempo, justo cuando todos te conocían, pero no lo suficiente para influir en tu camino. El alcohol resbala y suelta su amargo sabor justo en la garganta y miras hacia atrás, hacia donde tus amigos siguen con las mismas caras, pero diferentes intereses, al igual que tu. Y te sientes satisfecho por haber dejado tu huella en estas ruinas habitables, en este frenesí de cambios y atrocidades, pero te sientes bien, vuelves a dar otro trago y piensas: “Que gusto haber salido de aquí.”
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