Desde muy temprano saca la luz a pasear a sus serpientes de colores,
cuando aún el mundo mantiene sus ventanas cerradas a sus fieras
ella ya merodea por las calles limpiando el polvo,
llevándose en su saco las hojas secas del día anterior.
Si de casualidad alguién se la encuentra errante,
no se atreve a preguntar que hace
por temor a que le descubra los restos de carbón en las manos.
Ella nunca habla,
se guarda las palabras brillantes en la boca
y busca un rincón entre las calles para enterralas con sus serpientes.
Al transcurso de las horas imponerse
ella se va a su mundo arrastrando los desperdicios de la oscuridad
y nunca nadie sabe donde sepulta sus tesoros.
Cuando la noche llega,
el mundo vuelve a cerrarle las ventanas al rayo luminoso
y fulminante de la luna.
La gente se oculta en sus alcobas con los hilos de sus consciencias
y los tejen y yo quedo a la interperie
protegida por la vastedad del cielo oscuro
y el recuerdo de tu mirada.
Me encaro con el jardín de mis flores,
con el jardín a oscuras de tus ojos,
esos que he sembrado para mi sed y mi hambre,
sola abro mi alma y el frio de la madrugada vierte sus hierbas
medicinales en su ánfora sin fondo
escucho emerger de la tierra de tus ojos el sonido de las serpientes,
que con sus colores vibran desde la oscuridad
buscando ser liberadas al río nocturno del viento.
Juntas desde tu miarada dormida forman el arcoiris
que aunque invisible en el cofre de la noche
clama su música de origen.
Algo adentro se calma,
Algo adentro abre la gran puerta de la morada de mi alma,
el corazón se muestra en el umbral y se entrega,
silencioso ante los ventigios de la luz
se guarda las palabras como piedras
que va a enterrar después en un rincón sombrío de su ser.
Silencioso ante los vestigios de la luz comprede
que aunque rotas, yancen guardadas en tus ojos las piedras de la luz
y en ellos se albergan sus serpientes,
luces y colores que se arrastran en el sueño de tu mirada.
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