Vagón

−Ya no aguanto este ruido infernal de los rieles, no saben que estoy enfermo de los nervios, odio que no pare nunca. Maldita sea, que lo paren o voy a vomitar.

−Si me salpicas te mato; ya no aguanto mi olor y el de estos. Dos días viajando y uno que nos falta.

−Yo solo huelo a coraje por llevarnos a la fuerza a una guerra que no es nuestra, aunque la vayamos a librar a nombre de nuestra patria.

−Pero aquí solo hay olor a sudor, mugre y orines.

−Si ponen atención, oirán la respiración impotente de los condenados a muerte por inocente delito.

−Ja, ja, ja, solo escucho  groserías, maldiciones, insultos.

−Ah! Y un loco que dice puras tonterías.

−Déjalo que hable,  me entretiene, qué más.

−Veo, una densa nube de brutal analfabetismo, con agujeros  de  manipulación enroscada.

−Eso no, yo si se ler, y los que estamos aquí también, ¿verdad, muchachos? –Todos los que están en el vagón, una media centena de hombres, lo miran atentamente y uno dice: si nos vas a ofender, te quebramos aquí.

−Lo que nos han dado para comer, sabe a agresividad mediocre,  y a idiosincrasia degradada.

−A mí no me sabe a nada.

−A donde volteo toco las puertas de la muerte, están arriba de mí, abajo, a derecha y a izquierda. Pero con el corazón toco la esperanza de que este hecho no haya sido en vano, me niego a creer que moriremos por nada.

−Pero no vamos a morir, yo dejé a mi mujer, y a mi hijo por nacer, y tú, ¿a quién dejaste en tu casa?

−A mi máquina de escribir y a mi gato.

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