Una noche de noviembre

Imagen1Por Jorge G. Zarza Spíritu.

Cuando venía del trabajo una noche de noviembre, Gregorio condujo su coche bajo una lluvia tupida que impedía la vista de la calle. El cansancio de una semana de trabajo y particularmente de ese día, contribuyó a que se distrajera y accidentalmente atropellara a una persona. Llegó a su casa aún horrorizado por el suceso, metió el coche al garaje cerrando la puerta para que no se viera desde la calle, temiendo que alguien lo haya seguido y lo identificara. Subió a su habitación y de inmediato se metió a bañar, ya que se sentía sucio. Por más que se enjabonó y talló repetidamente, su cuerpo seguía sudoroso y un olor acre emanaba de él. Carolina, su esposa, subió a buscarlo pues le extrañó que se tardara tanto tiempo. Le preguntó si estaba bien y le comentó que había dejado encendido el motor y las luces del auto. Él le contestó que no era posible, ya que él nunca hacía eso. Luego bajaron a la cocina a cenar; ella aseguraba que ya tenía rato el horno calentando la cena, pero al llegar, vio que estaba apagado. Volvió a encenderlo y limpió una extraña mancha en la llave del gas de la estufa. Cenaron y subieron a ver que los niños ya estuvieran dormidos. Les extrañó ver las luces apagadas, ya que los niños no las podían apagar. Sin darle importancia, se dirigieron a su habitación en donde se dan cuenta que la regadera estaba abierta, Carolina se estremeció y un escalofrío le recorrió el cuerpo al tiempo que el más pequeño de los niños pegó el chillido y Gregorio profiriendo maldiciones se metió a la regadera para cerrarla, recibiendo una terrible quemada, ya que el agua estaba hirviendo. Carolina lo notó, pero eligió ir a ver al niño que lloraba desesperado. Con el niño en brazos que lloraba, regresó a la recámara en donde Gregorio se dolía de la tremenda quemada en su brazo. Carolina no pudo encontrar nada con qué paliar el dolor, al tiempo que trataba de calmar al niño que no dejaba de llorar, y no permitió que lo pusiera en la cama su mamá, actuaba como si estuviera asustado. Acordaron ir al hospital, y como Gregorio no podía manejar, fueron por el otro niño y se subieron al auto, en donde Carolina no pudo encontrar las llaves pegadas al switch en donde ella se acordaba haberlas dejado. Gregorio le recuerda casi a gritos que ella dijo haber apagado el motor, que después fue por él a la recámara y luego bajaron a cenar. Le pidió hacer memoria. Ella repetía que las había dejado pegadas, y Gregorio aseguraba que él las había dejado en el lugar de costumbre. Ella se dispuso a bajar del auto, desesperada porque Gregorio gritaba y el niño no dejaba de llorar, pero al poner el pie en el piso, sintió que pisaba algo como un animal, tal vez una rata pensó, porque sintió que la agarró por el tobillo. Los nervios le estallaron y comenzó a gritar, despertando al otro niño que empezó a llorar como el pequeño. Gregorio le gritaba que se calmara y se callara porque asustaba a los niños y ella cerró la puerta y se negó a bajar. Gregorio bajó entonces, dejando la puerta del auto abierta y entró a la cocina en donde encontró las llaves, las cuales sintió húmedas y pegajosas, pero no le importó, ya que el dolor que sentía no le dejaba descansar. Subió al auto cerró la puerta y le dio las llaves a su esposa, que encendió el motor y activó el interruptor remoto para abrir la puerta, que no se abrió ni en el primero ni en los sucesivos intentos. Desesperada le pidió a Gregorio que la activara manualmente, pero tampoco se abrió. Gregorio propuso regresar a la cocina y pedir un taxi. No pudieron entrar, pues Gregorio dejó las llaves de la casa adentro cuando fue por las del coche. Enojada Carolina se bajó para tratar de abrir de algún modo la puerta olvidando apagar el motor. Se estremece al darse cuenta que cuando bajo del auto, azotó la puerta y temió que los seguros se bajaran automáticamente ya que el auto estaba en marcha. Los niños estaban llorando y los vidrios húmedos que estaban empañados, le impedían ver a los niños y estos tampoco podían verla a ella. Gregorio se sentó en el piso afectado por el fuerte dolor y ardor de las quemadas, ya no parecía prestarle atención a la desesperada actitud de Carolina, apenas la oía y le pareció verla como en cámara lenta se acercaba a él; cerró los ojos se dejó acariciar el cuello y la nuca en un suave masaje que lo relajó, olvidando por el momento que debía buscar la forma de salir del garaje o entrar a la casa. Carolina casi histérica intentaba sacar a los niños del coche y buscó algo con que romper una ventanilla y abrir la puerta, pero sin hallar nada, volteó a ver a Gregorio a quien se figuró dormido. Comprendió que por el dolor, él no le podía ayudar por lo pronto. Gregorio sintiendo consuelo con el masaje, siguió relajándose hasta quedar dormido. Carolina no supo en qué momento por efecto de los gases del motor del auto, se desvaneció a un lado del coche perdiendo la conciencia. En la calle, una patrulla de tránsito, que estaba siguiendo el rastro de sangre y fluidos desde el lugar del atropellamiento, llegó hasta la puerta del garaje de la casa de Gregorio, y no habiendo quien les contestara o abriera, se acercaron a la puerta del garaje y escucharon el motor encendido del coche. Decidieron forzar la puerta, al suponer que tal vez el conductor estaba ebrio, dormido o enfermo y al entrar encontraron a una mujer en el piso que al recibir el golpe del aire fresco de inmediato les avisó que sus niños estaban dentro del auto, los oficiales sacaron a los niños, a un hombre con quemaduras en parte del cuerpo, principalmente en el brazo derecho y debajo del auto… un brazo desmembrado, posiblemente del atropellado, aferrado a la suspensión del auto.

 

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