Volteo a todos lados y me veo estampada en una pared gris, como los tripulantes del experimento del barco de Filadelfia. Pero, yo no estuve ahí.
Después de un rato, me da comezón en las ideas y no me puedo rascar; quiero utilizar mi creatividad y la tengo endurecida, y mi arte no sé dónde quedó.
Qué desesperante es no poder moverte en el pasado a tu entender, ni jugar con el futuro sin restricciones, ni construir presentes ergonómicos, aunque no sean gramaticalmente perfectos. Empiezo a llorar, y a decir: “Prometo que no lo vuelvo a hacer, sáquenme de aquí, por favor.” Y, entonces, se oye maquinaria pesada que va haciendo cortes para rescatarme.
¡Ya me puedo mover!, veo todo de cabeza, de lado, de abajo, y de arriba; inflo mi creatividad, “bulle mi corazón de palabras graciosas”, moldeo mis textos en 4D, y los adorno de chaquira, de rojo sangre, de mezclilla, o de lo que encuentro; abrazo mi originalidad y me vuelvo a dormir.
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