Aquella noche de verano hace tres años Karla salió de trabajar un poco más tarde de lo habitual. Por lo general la chica siempre salía como a las 8:00 pm del restaurante “El Fogón de Oro” dentro de la gran plaza comercial más transcurrida de la ciudad, pero aquel día por algunos retrasos con el pedido de una mesa se tardó más de una hora. Cuando por fin pudo abordar la calle se percató que ya eran las 9:30 pm y a pesar de que sabía que debía transitar un camino oscuro para llegar a la avenida principal caminó con paso decidido. La calle abría una hilera de árboles que apenas si se podían distinguir sus troncos envueltos por el velo de la noche. La chica caminaba pensando todavía en el mal rato que le había hecho pasar la clienta por su inconformidad hacia los espaguetis a la boloñesa que Karla consideraba su especialidad máxima, que no se percataba que mientras más caminaba la noche parecía hacerse más densa hacia adelante y la débil luz de la luna se escondía tras sus almidones de nubes. El camino que Karla dejaba atrás era mucho más oscuro, como una eterna noche de la que no parecía florecer ninguna estrella.
El aire era suave, como un susurro que se le colaba por la falda y le estremecía todo el cuerpo. Inevitablemente Karla comenzó a sentir una sensación un poco extraña como si alguien emergiera de la oscuridad siguiéndola mas no lograba escuchar los pasos de nadie entonces creyó que era el viento que como un caballero de ensueños intentaba perseguirla para convertirla en su princesa cautiva, enseguida al imaginar esto, los ojos verdes de la chica se iluminaron y encendieron en medio de las tinieblas.
Karla era una muchacha solitaria, de pocos amigos y hasta la fecha nunca había tenido otro amor que no fuera el fogón. Ahí era donde ella reflejaba toda su pasión y su creatividad se hacía infinita, era su arma letal con la que se ganaba el amor de su madre y de sus abuelos, todo su mundo, así que imaginar que un misterioso caballero podía estarla siguiendo representaba para ella una gran emoción. Siguió caminado con el paso un poco más acelerado pero esta vez mucho más atenta a la extraña presencia que desde hacía cinco minutos sentía a su alrededor. El tiempo pareció detenerse como si no existiera, el camino se alargó como si una extraña mano construyera más pavimento y la oscuridad se hizo impenetrable.
Dos días después de aquella noche Karla despertó en el hospital General rodeada por su madre y sus abuelos que parecían estar seriamente preocupados por ella. Fue un alivio verla revivir y que fuera capaz de reconocerlos y relatar lo que había ocurrido hacía dos días en el restaurante antes de salir hacia la casa. Karla recordaba perfectamente a la clienta ricachona que gruñía por sus espaguetis y recordaba también los apapachos de sus compañeras cuando la mujer indignada quiso llamar al gerente. Recordó además que eso la retrasó una hora más de lo previsto y que había salido hacia la avenida principal aproximadamente a las 9 30 de la noche, pero ahí en ese punto comenzaba la laguna mental de Karla, no podía recordar qué había ocurrido en el trayecto de la plaza a la avenida y como era que se encontraba en un hospital. La preocupación de sus familiares se agudizó pues el relato de Karla parecía confirmar lo que el médico decía de una posible enfermedad metal capaz de ocasionar lagunas mentales en el paciente como un posible ataque de epilepsia. El doctor relató que Karla fue encontrada sobre el pavimento entre dos árboles por un conductor que pasaba por ahí una hora después de ella haber salido del restaurante. El conductor la detecto por un extraño brillo que relataba como un fuego fatuo que capto rápidamente su atención y que a pesar de que era complicado estacionarse en esa calle su curiosidad fue más fuerte que cualquier precaución. Karla se encontraba pálida pero respiraba normalmente cuando llegó al hospital y gracias a su placa pudieron reconocerla como Karla Gonzales Mendieta, una joven de 22 años, chef del restaurante “El fogón de oro” y enseguida se localizaron a sus familiares.
Karla se encontraba sorprendida por la historia que el médico le relataba pues ella nunca había sufrido de ningún ataque ni desmayo, es más contaba con muy buena memoria y horas antes de incidente se sentía realmente bien. Aun así, el doctor le aseguró que las enfermedades metales actuaban de forma extraña desatándose el día menos pensado y que desde día debía hacerse todo tipo de análisis además de permanecer bajo observación médica.
Pasaron varios meses y Karla se sometió a varios tratamientos médicos, los cuales se traducían de forma extraña porque era imposible diagnosticar un verdadero problema, pero al mismo tiempo era indudable que había sucedido algo extraño aquella noche pues Karla no podía sentirse de la misma manera, olvidaba con facilidad recetas que conocía a la perfección, tenía recuerdos difusos sobre los acontecimientos de los días previos a aquella noche y sentía con frecuencia que algo le faltaba como si no fuera ella misma, una chica a pesar de no tener nada en exceso se consideraba feliz. Algo también era muy acentuado y la mantenía en constante preocupación. Cada noche soñaba lo mismo o casi lo mismo, a veces con algunas variaciones pero la esencia de sus sueños era macabramente la misma.
A veces soñaba que caminaba por un bosque introduciéndose en la oscuridad a la que parecía no temerle, se hallaba perdida o desorientada y sentía siempre la misma presencia de un joven que dejaba ver su rostro oculto por las sombras. Nunca lograba ver con claridad el rostro del muchacho más o menos de su edad al que sólo podía detectarle los brillantes ojos que se clavaban de frente con su mirada, impactándose con brusquedad y firmeza. Era una mirada aterradora que pedía auxilio y jamás Karla comprendía que debía hacer para ayudarlo. Despertaba y el sueño se esfumaba con rapidez dejándola en un baño de sudor y fiebre.
Otras veces en el sueño el gran bosque se transformaba en un túnel donde lo más visible era una alfombra roja que conducía el camino hacia una débil luz que al final del trayecto resultaba venir de los ojos del mismo irreconocible joven. En otras ocasiones ella y el joven se hallaban en el medio de la nada y la oscuridad mirándose fijamente con los ojos incendiados como si fueran luciérnagas en guerra.
Karla no era creyente de nada en particular y nunca le había dado más importancia a los sueños de lo que la tenían, ella se consideraba una chica simple, por lo que siempre se vanagloriaba. Para ella la simpleza era la clave de la felicidad y buscar de más podía representar un peligro.
Después de seis meses de pesadillas frecuentes y de constantes lagunas mentales Karla presentó su renuncia en EL Fogón de Oro, un restaurante exigente que demandaba calidad en todo. Karla ya no podía con la presión y sus constantes olvidos y una vecina le brindó trabajo en su cocina económica bastante cercana a su casa. Esto parecía ser un nuevo comienzo para Karla y una oportunidad de dejar aquella noche en el pasado. Aun así los sueños continuaron y cada vez eran más nítidos, más escalofriantes y dejaban a Karla con más vacíos de memoria.
Esto hizo comprender a la muchacha que algo de ella se había quedado en aquella calle, aquella noche y que era necesario ir ahí para descifrar el problema. Una noche se envalentonó y sin que su familia lo percibiera agarro su placa, sus llaves y un poco de dinero con lo que pagó un taxi hacia las afueras de la plaza de El Fogón de Oro, eran las 9 30 pm y estaba convencida de que algo perdido o confuso hallaría ahí.
Esta vez la noche era clara, una noche de verano iluminada por la luna y muy fresca. La calle se vislumbraba nítidamente y aunque estaba solitaria con sólo la presencia de un coche que pasaba de vez en cuando, parecía ser un lugar seguro. No había vestigios de aquella oscuridad ni del viento raro que parecía para Karla un caballero de ensueños. La chica camino por un rato alrededor del lugar donde supuestamente había sido hallada casi un año antes.
En un principio no parecía que fuera a ocurrir algo extraño, no existían razones para ello, la noche era maravillosa y Karla estaba a punto de darle la razón al médico con su teoría de un ataque de epilepsia cuando sintió que alguien más la acompañaba en su recorrido.
Karla sintió pavor, pues la presencia era humana y real esta vez, no era el viento, ni la niebla. Bruscamente se volteó y pudo ver con claridad a un joven como de unos 28 o 29 años, muy bien vestido pero que se notaba a distancia por sus tatuajes, sus perforaciones y su corte que era un delincuente ladronzuelo capaz de asaltar a cualquiera y si presentaba la oportunidad también de cometer violación.
Al joven le brillaba la mirada penetrante que como puntillas se clavaba en el rostro tierno de Karla, la cual permanecía inmóvil consciente de que esta vez no tendría tanta suerte como la primera. A ella también los ojos verdes se le prendieron de repugnancia e ira pues era evidente que este joven tenía algo que ver con ella y su condición actual, quizás ya la había violado aquella noche dejándola minutos después en el abandono en el que fue rescatada por el conductor. Por un largo rato que no parecía tener fin ambos jóvenes se observaron sin escrúpulos frente a frente, aunque ninguno podía verse con claridad debido a la noche y a la poca iluminación de la calle.
Karla expresaba mucha perturbación y duda, también el rostro del joven que al parecer no estaba decidido a atacar, más bien se notaba que le asaltaban muchas preguntas acerca de ese lugar y la mujer que tenía en frente. Entonces el tiempo comenzó a percibirse extraño como si se detuviera de golpe en un reloj invisible y la conocida oscuridad de aquella noche remota pareció salir por un lugar secreto del pavimento. Ambos jóvenes sorprendidos y aterrados se abrazaron en un impulso como buscando protección. Minutos después un bosque se abrió cual salido de un sueño ante ellos invitándolos a adentrarse en sus entrañas. La conocida calle por los chicos se desvaneció y no quedó más opción que seguir el camino que les marcaba los pasos. Los dos como cómplices y parte de una trampa que desconocían caminaban agarrados de las manos y así continuaron por mucho o poco tiempo, es algo que no podían calcular con exactitud, hasta que escucharon un ruido que los guió hacia el centro del bosque que en el realidad parecía el centro de la noche.
La oscuridad era total imposibilitando cualquier vestigio de luz, Karla y el chico se guiaban por el raro brillo de sus miradas hasta que un destello poderoso emergió de aquella nulidad de luz. Era una luna enorme que se levantaba en el horizonte como un pozo de agua plateada al fondo del camino, como una fuente capaz de aplacar la sed de sus dudas. Era una luna inmensa como la que nunca ni Karla ni nadie había visto en sus cincos sentidos cabales, lo que hizo que la chica pensara que las pastillas que le habían recetado posiblemente le causaban alucinaciones. No era así pues también el desconocido la veía y se mostraba aterrado ante aquella visión. Serán extraterrestres pensó Karla en voz alta,
__¿Hemos sido parte de un rapto marciano?
__No lo sé. Pronunció el chavo realmente dejándose escuchar bastante asustado.
Minutos después en el claro del bosque gracias a la luz de la inmensa luna se divisaron una sombras como de unos hombres que tocaban tambores y varias mujeres que bailaban en éxtasis, rodeando a una pareja que yacía acostada en el centro del círculo que formaban las bailarinas.
La pareja parecía hacer el amor en un goce total absortos de todo lo que ocurría a su alrededor. Al parecer lo que estaba pasando era parte de un ritual fantasmal al que Karla y el joven delincuente habían sido invitados como testigos. Suponiendo esto los dos se acercaron más a la escena sin ningún tipo de excitación o morbo, realmente se encontraban asustados y no querían molestar a esas criaturas.
Todo era extraño, no les incumbía y sin embargo estaban ahí como si hubieran pagado por una película en un cine abandonado, cuando de pronto Karla hizo un pequeño ruido con una piedra y la pareja que estaba en medio del círculo volteo sus rostros hacia ellos. Fue espantoso, la excitada pareja que parecía no querer ponerle fin a su encuentro eran ellos mismos, quizás un poco cambiados en algunos aspectos como el corte, las perforaciones y los tatuajes. El doble fantasmal del joven parecía más limpio y más ingenuo, la doble de Karla más segura de sí misma y hermosa, disparando una energía letal de seducción de lo que siempre Karla había carecido en su vida.
Karla y el joven dieron un brinco al mismo tiempo espantados por lo que acababan de ver, afortunadamente no fueron vistos por la pareja del ritual que al voltear y no presenciar nada como ellos atribuyó el ruido a algún animalito del bosque. Así siguieron cuando incluso Karla y su compañero ya se hallaban muy lejos en busca de la salida sin poder explicarse lo que ocurría y si eso tenía que ver con sus lagunas mentales y con todas las dudas que los habían llevado allí.
Al final del bosque se hallaba una supuesta salida que los dejó donde había comenzado todo, la calle cerca de la plaza de El Fogón de Oro. Todo pareció volver a la normalidad, el tiempo arrancó y la noche en este sitio era clara y calurosa, eran exactamente las 9 30 pm y la luna iluminaba de un tamaño normal, todo estaba igual como si nunca se hubieran movido de ahí. Karla aun no podía distinguir completamente el rostro del aquel desconocido que parecía tener mucho que ver con ella, pero estaba segura que ambos habían visto lo mismo y que se habían reconocido en aquellos dos cuerpos febriles y locos que no paraban de hacerse el amor. Karla sintió pena como si realmente se sintiera violada por aquel hombre por el cual no sentía nada y con el cual no tenía nada en común. El joven pensó lo mismo y aunque se notaba como un muchacho rudo y seguro de su fuerte temperamento con las mujeres, esta vez estaba intimidado por la poderosa mirada de Karla sobre él, esa mirada que en verdad lo único que conocía de la chica. Después de unos minutos de silencio, los dos corrieron en direcciones contrarias, él se internó en la oscuridad que conducía a la plaza y Karla hacia la avenida principal en busca de un taxi. A las 10 pm llegó a su casa y su madre nunca supo donde estuvo.
Dos semanas después de aquella noche. Una mañana cuando Karla estaba leyendo el periódico, notó un acontecimiento que atrapó su atención, el caso de un chico que tras haber estado presente en una balacera en unos de los barrios más bajos y peligrosos de la ciudad había matado a 5 de los presentes y después se había disparado en el pecho. Era una nota impactante y venía reforzada con la foto del victimario y a su vez la víctima. Era Carlos Herrera Pérez, joven de 29 años, ladrón y vendedor de drogas al que se le estaban asignando varios secuestros y violaciones de menores de edad, vivía con su madre, una mujer viuda, al parecer dueña de Table Dance con lo que pagaba las cuentas. El joven no era guapo, más tenía un aire atractivo que lo hizo irresistible a los ojos de Karla, contaba con varios tatuajes por todo el cuerpo y con algunas perforaciones, un chico rudo sin dudas, muy lejano a la imagen del circulo afectivo de Karla.
A Karla le intrigó la imagen y su extraña curiosidad hacia un sujeto como ese, asesino y suicida que nada en común compartía con su estereotipo de belleza. Así que estuvo por un largo rato observando la imagen con el rostro del joven que en la foto parecía más chico siendo evidente que era una foto de años atrás. Entonces detectó esa mirada, ese brillo, esa luz tan conocida por ella, que ya no se le podía escapar de la memoria ni aunque tuviera 100 años. Le agradó poderle dar un nombre al desconocido y verlo a la luz del día como lo que era. De pronto todos los recuerdos vinieron, como si Karla fuera capaz de recuperarlos de un baúl muy bien sellado, también recordó lo que había ocurrido aquella noche antes de ser rescatada por el conductor.
Karla había salido a las 9 25 pm de su trabajo, muy angustiada por el altercado imprevisto con aquella exigente clienta que reclamaba unos mejores espaguetis a la boloñesa y que amenazó incluso con llamar al gerente para que despidieran a la chica. Karla se retrasó más de lo habitual e iba entretenida por la calle pensando en cómo pudo ser tan distraída con su especialidad y estaba segura que ese incidente la afectaría. Iba absorta en sus pensamientos cuando sintió muy cerca de ella unos pasos apresurados de un hombre que la perseguía, probablemente el chico que había visto a mitad de la calle hablando por teléfono, pensó que quizás quería preguntarle algo y se volteó para sorprenderse que intentaba forcejear con ella para arrastrarla hacia algún lugar oscuro. Karla se aterrorizó pensando que era su fin y que posiblemente la secuestrarían y no volvería a ver a sus seres queridos. En ese trance de miedo forcejeó y levantó en alto uno de sus puños con una piedra adentro que por casualidad había agarrado en el camino por si se sentía amenazada. Sus ojos verdes se encendieron de ira contra aquel intruso y mostró esa seguridad que sólo muestran las personas que están dispuestas a matar por salvar su vida. El joven al que no podía ver la miró a su vez fijamente y se iluminaron los ojos como si estuviera en presencia del demonio, la empujó con fuerza hacia uno de los árboles que se encontraba cerca en el camino y como si ahora él fuera el perseguido comenzó a correr perdiéndose por donde había llegado. Dos días más tarde Karla despertó en el hospital general rodeada por su familia.
Karla nunca le comentó a nadie que había recuperado todos sus recuerdos y que por fin volvía a sentirse ella misma, tampoco buscó una explicación lógica a la historia que había vivido con aquel extraño de sus pesadillas. Siguió con su vida sin regresar a la calle que al parecer no contaba con ninguna leyenda o mito de terror que pudiera explicar aquel altercado en su vida. Tampoco regresó al Fogón de Oro a pesar de que el mismo gerente varias veces le suplicó que regresara a preparar sus exquisitos espaguetis a la boloñesa. Hoy Karla es dueña de una cocina económica muy popular que está a unos pasos de su casa, por si llegara a retrasarse más de lo habitual y así no tener que enfrentarse a caminos oscuros, esos mágicos territorios de la noche.
Impactos: 4