Tan autista, acabado,
inmerso en tan honda melancolía,
era incapaz de realizar su arte,
la creación de poesía pura;
la voluntad estaba tan ausente,
y la suerte lo había abandonado
para que muriera en lenta agonía,
deambulando, era un ciego aberrante,
con la muerte pendiente.
Una noche de desvelo ermitaño,
mirando vasos de cristalería
atrapar el agua y formar su cuerpo,
se marcó las tres con tres en el tiempo,
el segundero en aquel primer punto
movió el letargo del poeta huraño,
mas la atmosfera con algo venía,
una oscura armonía
de la noche y el día hechas conjunto;
el sitio de aquel poeta mutó,
sin orificios para sacar humo,
se volvió tan pesado, abrumador,
yermo, muy sombrío y abrazador.
Su sangre se transformo en un gran grumo,
el sudor frío, casi congelado,
la vida sin valía.
Sin alguna campanada anunciante,
huesuda y descarnada su figura,
con la sinfonía lúgubremente,
los ojos escurrían por un lado
gotas de sangre ardiente y apatía,
había azufre en su exhalar constante,
esparciendo cenizas de estandarte,
y cráneo sin daño.
El señor del los muertos quien venía,
ofreciendo un trato, de puño abierto,
con esa lengua filosa en su cuerpo
dio inicio así su discurso y su asunto,
el poeta escuchó al otrora extraño.
“He venido hasta aquí en tu compañía ,
viendo que necesitas alegría,
hoy que eres un difunto,
por aquello que te traumatizó;
cualquier pesar que tengas yo lo esfumo
con sagrado poder reparador,
regenerativo y generador;
pero de pago es menester sólo uno,
entregar a mí tu alma de abnegado
como mi propiedad y en ambrosía
y sin un objetante.
Para sacarte de tanta locura
múltiples cosas puedo procurarte,
como señor de todo lo malvado
ofrezco riqueza y bisutería,
contra los peligros daré un baluarte,
control innegable sobre la gente,
placeres de cualquier tipo y tamaño,
arte en hechicería,
dominar a la natura y el tiempo,
puedes tener todo, yo te lo vendo
¿Qué quieres a cambio, yo me pregunto?”
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