Hay mujeres que tienen que ser rudas con sus hijos. Cómo Alba, la mamá de Jacobo. Y tenía que serlo pues él era maníaco depresivo. Los escasos recursos de la señora Alba apenas si alcanzaba para darle de comer, vestir y mandar a la escuela a Jacobo quien no tomaba medicamento alguno y su enfermedad empezó a hacer mella en él de manera intensa.
Por días era invencible y se creía capaz de lograr grandes sueños que compartía con sus pláticas en las que insistía que se le prestara toda la atención. Y por otros no podía ni salir de la cama. Lo malo es que sus días de depresión eran mucho más largos que los de optimismo. Durante casi todo un mes, Jacobo amenazó con que se iba a quitar la vida. Su madre sufría y se desvelaba cuidando que no fuera a hacer una tontería. Pero llegó el momento en que la señora Alba se cansó, consiguió una soga, la amarró a una viga y le dijo:
“¿Tanto quieres matarte? Ahí tienes una soga lista, nomás súbete y cuélgate. Regreso en una hora y cuando regrese descuelgo tu cadáver y le doy santa sepultura.”
Cuando regresó, Jacobo estaba tomando café. Nunca más amenazó con suicidarse de nuevo.
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