A través de la cansada escalera de los días desciendo, retrocedo a la piel de nube de tus ojos,
a la arrugada cereza de tu rostro que como un milagro recién hecho por el rocío
trae los manjares de la aurora.
Vuelvo sobre mis huellas, sobre el aliento perdido y olvidado de las palabras,
sobre las miradas de niña con el uniforme hecho jirones,
vuelvo y de nuevo el templo de tu mirada deja libre el mensaje de sus campanas,
y pájaros escondidos en todas las lenguas cantan esa lluvia de himnos celestes.
Desciendo, retrocedo y ya están ahí tus manos de hojas que me esperan como un nido de espuma en el aire,
cuna de raíces azules, oscuridad de faroles fantamas, canto húmedo que escribe en las paredes.
Vuelvo sobre el aliento de mis besos con pecas de susto en el rostro, retrocedo,
y vuelve la virginidad a deshojar margaritas,
lluvia y locura retroceden, la ceniza y la niebla de aquellos paseos escarlatas son potros de un viaje eterno.
Retrocedo y todo es fulgor en la ceniza de la piel, la piel de las nubes se descascara,
tu cama de duende ha mudado de tamaño, le ha crecido la luz a mis ojos, eres hoy aún más bello
en esa mirada de horizonte roto por el ocaso.
La luna retrocede, vuelve, desciende; la noche está más cerca de la alcoba.
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