−¡Me enteré que estás vendiendo tu coche deportivo, aquel que tanto deseaste, por el que trabajaste e hiciste tantos tratos para conseguirlo! Recuerdo que ya hablabas de él cuando íbamos en la secundaria.
−Sí, así es –contesta Raúl viendo hacía el horizonte y tomándose su taza de café en la cafetería del centro de la ciudad de San Miguel Allende.
−Y, ¿por qué lo vendes?, ¿te hace falta dinero?, yo jamás lo vendería –dice Ignacio, un señor de 70 años, ajustándose las gafas.
−No, no me hace falta. Tengo todo lo que he deseado en la vida. Ya no tengo más que desear.
−¡Estás en depresión, tienes una enfermedad terminal o qué te pasa?
−No, solo me falta una cosa; quiero experimentar la sensación de haber obtenido todas las cosas que deseé y luego venderlas, subastarlas, donarlas a museos… Es como haber llegado a lo más alto de una montaña, captar esa sensación, y luego tienes que regresar, no te puedes quedar ahí. ¡Ese descenso viendo a los demás subir!, no tiene precio.
−¡No te entiendo! Tener algo que siempre deseaste y luego deshacerte de ello; ¿tiene algo que ver con la frase? “El insomnio por la riqueza consume las carnes, las preocupaciones que trae ahuyentan el sueño.” Raúl sigue tomando su café, mira a su amigo y esboza una leve sonrisa.
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