Cuerpo de barro fui entre tus manos
moldeada al antojo de tu sol de incendios, de la hoguera vigilante de tus besos.
Cuerpo de despojos, cántaro roto me dejé ser entre la noche sepulcral y tus manos de artista,
fui ensencia de ánforas, cadenas derramadas que cedieron al código del amor.
Cántaro con semillas de lluvia alumbrando las fisuras del rostro me dejé caer
através de tu dedos montañosos, y conocí el abismo, y me dejé ser camino.
Camino, cuerpo de nieve enterrado en las memorias de la primavera que idealizo
en los espejos del suelo; me dejaste abarcar tu mundo, me dejaste ser espacio para cultivar tus cielos.
Querido mío, has dejado tus huellas en mi piel, seda de la tierra que se ha ataviado para despedir
a la barca del invierno; recoge tu rostro, no demores, que ya el tiempo levanta las amarras, y tú debes ir con él
como un ave lejana de las hazañas que hicieron tus labios, liebres heridas que soobre mis extremidades conocieron
la libertad; deja que el silbido del viento arrulle mis poros desnudos.
Levanta de mis copos la silueta de tus pasos, mira como lloran y arrastran en su pena al silencio de los árboles.
Levanta el vestigio de tu mundo, qué te sigan los fantasmas de las hojas ya delirantes de su otoño;
déjame en la soledad querido mío, ponle a tus pies sus huellas, qué en colores de vuelo florescan
pero antes levanta la blanca capa que me cubre, e incendia este jardín de rosas negras que como un mar inunda
mis bosques.
Cuerpo de hiriente jardín, me pesan los huesos de las flores, me dejo ser camino roto
en el horizonte de tu reino, hilo de sangre derramada por el frío.
A través de la caricia de tus besos conocí esa otra alma de las estrellas, copas de hielo soñadoras del invierno.
Querido mío, desposeído amor, arrastra contigo tus rosas, desnúdame de este peso apuntalado
y que los vientos me cubran de espesura y troncos afilados por la diáfana estación.
La primavera sabrá entrar en mis ojos y sembrarles otras rosas como carcajadas verdes besadas por el sol.
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