Rita, a su vez, voltea a todos lados hasta que se sienta. Se persigna y empieza a comer su camarón al café en ensalada de berenjena. Hace gestos, pero se lo sigue comiendo. Augusto no le quita la mirada. Cuando llega a su mesa un señor y le dice:
−¡Doctor Augusto! ¿Es usted el doctor Ávila? Sí, es inconfundible, he leído todos sus libros y estoy al tanto de sus investigaciones. ¿En qué nuevo proyecto está?, no ha salido nada últimamente. De seguro es algo secreto. −Buenas noches, estoy… de vacaciones. Le pediría un favor, no mencione quien soy, vengo a descansar, no pienso hablar de trabajo en estos días. Si es usted periodista, espía, o alguien que quiere que trabaje con ustedes, le digo que no, ni doy entrevistas, ni hablo de mi trabajo, que por cierto, no es secreto.
−¡No soy nada de eso! Simplemente lo reconocí, mire ahí está mi esposa, venimos porque estamos cumpliendo 20 años de casados, es la güerita que está sentada junto a esa señorita de cabello chino largo, la morenita delgada. Le prometo que no voy a decir nada con la condición de que me firme su libro “La Era de la Ciencia, fin de la Religión.” Que por cierto lo traemos.
−Con gusto se lo firmo, búsqueme mañana. Buenas noches, voy a disfrutar mi entrada, que está deliciosa –el señor se va a su mesa y ve que se sienta junto a la señorita que tanto le ha llamado la atención, al llegar le dice su esposa:
−Mira mi amor, ella es Rita Ibarra, me estaba platicando que tiene maestría en Filosofía, que da clase en la universidad y que recibió una herencia y que sus amigos la convencieron de tomar este crucero.
−Mucho gusto –y le susurra a su esposa a quien conoció. Rita se le ve incómoda, cuando termina la cena, ella se va a su camarote susurrando: “No sé porque vine, no tengo con quien platicar, no me siento bien vestida para estar aquí, no sé cómo comportarme, solo estoy perdiendo el tiempo, tengo tantos proyectos y no sé qué voy hacer estos 8 días que me quedan. Desearía que ya se acaban.”
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