A la mesa, la Ley Farisaica encarnada discutía entre sí los rumores del pueblo.
No sabían que verían pasajes conocidos del Libro de Oseas, pero con personajes reflejados en ellos mismos.
Un olor a perfume de fragancia como la del Líbano, y unos ojos bellos sin pintar, aparecieron de repente.
Gotas de amor en forma de lágrimas cayeron a los pies del Maestro.
Perdidos entre una abundante cabellera, y una fe, oída por rumores del pueblo.
¡Nunca se habían visto tantos besos a unos talones y al suelo que pisan!
Había más efervescencia en las mentes que en las bocas.
Entonces, el Maestro dijo: Simón, tengo algo que decirte…
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