El Equinoccio de primavera, vuelve a estar en la primera plana de mi mente.
Una alegría súbita programada, me desliza cientos de kilómetros fiados.
Capto la energía potencial haciendo piruetas cinéticas, cayendo en mis vestiduras blancas y bloqueador solar, a 360 escalones del suelo, donde me encuentro.
Me conecto con mis antepasados prehispánicos, bailando concheros; empiezo los pasos con el pie izquierdo, y me concentro en la mandolina de concha.
Siento los cascabeles; pero el sincretismo, aún no.
Saludos a los cuatro puntos cardinales, y me adorno de plumaje, copal y misticismo, pero que no se enteren los astrónomos… ni los clérigos.
Regreso a mi casa, las malas vibras fueron quemada por el equinoccio de primavera… mi piel sensible también. Continúo mi experimento escolar, utilizando el método científico; y sigo mi lectura, también: Lo que teme, el hombre, son los ojos de los hombres; no sabe que los ojos del Señor son diez mil veces más brillantes que el sol, que observa todos los caminos de los hombres y penetran los rincones más ocultos.
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