Hace una semana más o menos mientras perdía el tiempo por Instagram y una de las tantas páginas de filosofía que sigo, me topé con una de esas preguntas que en el mejor de los casos te zarandean la silla, por no decir que nos arremeten con la fuerza de un boxeador en el último round. ¿Somos libres? tal era la pregunta que abría el debate, y le seguían infinidad de comentarios haciendo referencia a las diferentes escuelas del pensamiento. Si me guio porque puedo ejercer mis derechos siempre y cuando respete la ley, circular por cualquier lugar, tener un trabajo, comprarme una casita, poseer inmuebles, y quejarme cada vez que algo me esté molestando en las plantas de los pies; podría afirmar que sí, soy libre. Tengo derecho a ocupar mi parcela de tierra y de aire en este mundo con el dinero que posea. Pero si pienso en cuestiones que van más allá de lo físico y lo tangible ¿puedo decir que me siento libre? ¿estoy desplegando todas mis posibilidades en este mundo o puedo recorrerlo sin que se me juzgue por actuar o ser de una determinada manera? ¿Tengo el derecho a equivocarme y rectificar sin que por ello un búmeran de contrariedades arremeta contra mí? ¿Puedo irme a la cama con tranquilidad sin haberme condicionado por el pensamiento de otros al juzgarme, puedo ejercer un criterio sobre mí que sea válido desde mi perspectiva y circunstancias y no las de otros? No, fue mi respuesta y entonces comencé a buscar definiciones sobre la libertad hasta encontrar una que pudiera resonar conmigo. La respuesta no apareció hasta varios días después cuando curioseaba por las fábulas pánicas de Alejandro Jodorowsky y en una de ellas decía: _Papá, ¿qué es la libertad? _ Es conocerse a sí mismo y actuar de acuerdo con lo que se es.
Desde hace algunos años y mi acercamiento a varias vertientes espiritualistas, el mundo interior y como se refleja en nuestro entorno ha cobrado una gran importancia para mí. Considero a la libertad como ese poder de conocer nuestras necesidades y cualidades intrínsecas para poder expresarlas sin temor ni impedimentos hacia el mundo que nos rodea. Indiscutiblemente, eso conlleva a separarnos de la comunidad, a desidentificarnos del colectivo, a ver y a definir nuestra particularidad dentro del todo; y como expone Octavio Paz en El laberinto de la soledad, es una tarea que entraña cierto dolor, puesto que al separarnos de los otros que nos han definido y con los que compartimos una identidad, nos encontramos desnudos y ajenos en el fondo último de nuestra condición: la soledad, y ante un sentimiento de extrañeza y mutilación porque aún no nos conocemos ni nos hemos definido en ese otro nuevo estado que somos más allá de lo colectivo. En la mayoría de los casos hemos sido lo que el otro ha querido hacer de nosotros, o lo que hemos hecho de nosotros mismos para encajar con los demás, vivimos y somos a través del otro. Es más fácil permanecer dentro de los condicionamientos. Encarar nuestra soledad significa marginarnos, renunciar a la normalidad para adentrarnos en un terreno poco explorado, y al que pocos quieren ir sin la certeza de lo que hallaran en su naturaleza interna. Por ello, en todas las épocas se han ejercido condicionamientos sociales que el hombre para poder encajar y lograr un puesto en su entorno ha aceptado. Ahora bien, en lo que atañe a nuestros días, esos condicionamientos que nos alejan de nosotros mismos han alcanzado un dominio más hondo y sutil que los empleados en el pasado, y he notado que en gran parte se ejercen a través de las redes sociales.
Más allá de llenarnos de publicidad y dudosas noticias, y de vez en cuando proporcionarnos alguna información interesante a través de los grupos; Facebook e Instagram son álbumes de memes y perfiles con los que nosotros los escritores podríamos crear un sin fin de ficciones. Si lo que pretendiéramos defender es la inspiración y la fantasía, ninguno de los dos representaría un problema, pero si lo que queremos es abogar por la libertad del ser, ambos son una bomba silenciosa de tiempo que más temprano que tarde nos llevará a desconocernos totalmente, ya que si por un lado nos hace identificarnos con los condicionamientos falsos e impuestos por otros acerca de lo que son, lo que es la felicidad, el buen vivir, y lo que se necesita para pertenecer al grupo, por el otro lado nos hace identificarnos con un falso yo, con una proyección cada vez más alejada de lo que en realidad somos en nuestra intimidad.
Ahora mismo puedo irme a cualquiera de los perfiles de una de mis conocidas, por ejemplo, al que usa para publicar fotos atrevidas en las que sus hijos no figuran, y hay más de diez filtros sobre su rostro, y encontrar a una mujer que no conozco, y sin embargo fue una de mis mejores amigas en los años de colegio. No hay nada de incorrecto en el que podamos vivir nuestras fantasías y crearnos múltiples realidades, ya que si eso nos trae bienestar y lo que estamos defendiendo es la libertad, no debemos ir en contra de nuestros despliegues esquizofrénicos. El problema habita en el engaño que efectuamos hacia los demás, primero bombardeando estilos de vida ficticios que se vuelven un modelo de condicionamiento para los otros a través de los likes y loves que marcan los niveles de aceptación, y segundo la mentira que ejercemos hacia nosotros mismos viviéndonos a través de artificiales. El abismo que se genera entre lo que somos y mostramos al mundo es enorme, así como es falso lo que utilizamos para identificarnos con el otro, ya que ambas redes muestran lo que nos gustaría ser en imágenes cada vez más vacías que no empujan a vivir el cambio hacia el cual aspiramos, sino simplemente a exhibir una falsedad que los otros acepten. Si el polo opuesto de nuestro yo auténtico es el otro, el hermano, y una forma de conocernos es reconociéndonos a través de nuestra identificación con él, ¿cómo vamos a llegar a nuestra esencia si nos identificamos en falso con los demás, atrayendo a seres que no son verdaderamente como nosotros, sino como nuestro artificial se muestra en el mundo de las redes? Seres que nada pueden decirnos de nosotros mismos porque la identificación no es real, como tampoco es real ese otro yo ficcional que exhibimos y que permanece en silencio ante nuestro ser verdadero. Si la libertad según Jodorowsky es conocerse a sí mismo, y actuar de acuerdo con lo que se es ¿cómo vamos a aprender a expresarnos sinceramente, si nos están enseñando a expresar lo que no somos. Facebook e Instagram nos enseñan a fabricarnos bellos y fantásticos personajes en torno a nuestros vacíos, hasta el punto de que, en nuestra actuación diaria nos identificamos tanto con los roles que desempeñamos, que lo hay de real en nosotros queda prisionero y silenciado sin que podamos conocernos en lo que exteriorizamos hacia el entorno, ni efectuar un legítimo reconocimiento en los demás.
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