Cuánto te has llevado al arrastrar las huellas de mi rostro como si fueran hilos aferrados a su carretel. Tomas todo el estambre endurecido y en tus estanques inmaculados los limpias para tejer con ellos nuevos caminos y formas donde perderme. Le has arrancado el fruto y la flor a mis labios para decorar tu árida imagen y la mesa en la que comes sola. El arpón de tu sed se ha bebido mis lágrimas y mi aliento se ha vuelto un pedazo de hielo en tu lengua. Todo lo que pude haber sido y soy es roca en tus manos a la que vas dando forma con tu cincel, martillo de abismo y lanzas con puntas de vacío. Salen de tu boca palabras con los ojos vendados, palabras que dividen nuestros mundos y s se hunden como ecos en los surcos de mi rostro, largas arrugas que desdoblan las esmeraldas de su eco. Los templos de cuarzo en los ojos han abierto el sendero a la mirada que se contempla en su propia destrucción. Ya no hay nubes ni tumbas que puedan albergar el mármol de mi cansancio ni tengo más pedazos de cuerpo que lanzar a tus depósitos de juventud.
Te sientes Dios porque contienes un reloj de mares, de estrellas y de arena ensangretada por el vaivén de las palmeras arrinconadas en la memoria. Contienes el oráculo de mi vida, polvo de olas, huellas del látigo del fuego sobre la arena. Cuentas mis años como monedas para pagarle al Aqueronte cuando un día palidezca entre centellas en los márgenes de tu universo; cuando la cicatriz que plantaste en mi rostro de raíces más profundas, hijas bordadas con el filo de tu rabia.
Impactos: 3