Por Jorge G. Zarza Spíritu
Eran las 18:00 hrs y recogí el equipo porque a esta hora un remolcador o un helicóptero me transportarían al “Mixteco II”, un buque taller en donde estaba mi alojamiento. Los minutos pasaron y no llegó nadie. Estaba en una plataforma marina en la zona Akal de la Sonda de Campeche, en el Golfo de México en donde trabajaba gamagrafiando tuberías de gas de 8” de diámetro.
Dieron las 19:00 y nadie llegó por mí. Por norma, la navegación se permite hasta esa hora. Desde ese momento, supe que estaría sólo en medio de la nada, sin agua ni comida. Sentía coraje, no miedo, así que me dispuse a pasar la noche en el helipuerto.
La obscuridad era total. No había luna, no se veían luces o mechas de plataformas cercanas. Esta, era de “Producción” o sea que solo bombeaba aceite a tierra, y el personal la monitoreaba cada 24 horas, por lo que en la parte alta, las luces que previenen a las naves en el helipuerto eran las únicas que estaban encendidas.
Al paso del tiempo, me sentí nervioso y enojado porque me habían olvidado aquí durante doce horas que duraba mi turno. No había nada que ver y menos que hacer, así que en el helipuerto aflojé las cuatro lámparas rojas que se encontraban en las esquinas y buscaba en la lejanía algún indicio de que alguien me viniera a recoger. Por supuesto, nadie llegó.
Entonces me acosté boca arriba, en el centro del helipuerto sin saber que me esperaba una impresionante sorpresa: La hermosura de la bóveda celeste me embelesó, la cúpula de la catedral más grande jamás concebida por constructor alguno, solo por el creador todopoderoso.
Me fue imposible captar su inmensidad. Infinitas figuras tridimensionales se movieron en una danza constante, giraron, subieron y bajaron a mí alrededor, unas arriba de otras, unas al frente, otras atrás, giraban y giraban deformando las formas originales, otras caían y desaparecían, manteniendo constante el movimiento, nulo estatismo.
Me faltaron ojos, me faltaron neuronas, me faltaron sentidos para llenarme de tantos resplandores, titileos y destellos. Esa noche, yo fui el centro del universo.
Amaneció sin darme cuenta del paso de las horas, sentí escalofrío, un molestísimo mareo y sin saber por qué, lloré con tanto sentimiento que no me pude contener por muchas horas y muchas noches. No sé si fue porque vi aquellas hermosas, sobrenaturales e inexplicables figuras, o porque fuera de mi voluntad desaparecieron. Pero estuve conmigo mismo en la inmensidad de la creación y comprendí que como parte de ella, yo también soy polvo y luz de las estrellas.
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