Este poema se resiste a ser escrito,
a ser enjaulado en versos
que no respiran, ni laten,
esto que es mi intento de engendrarte en mí
se me va de las manos,
polvo que la brisa captura y lleva
a donde es soberana de todo.
Han pasado tantos nombres
a través del umbral de mis oídos,
tantos han sido mancillados frente a sus rejas,
se han perdido en la cerilla de su espiral,
cayendo en el silencio,
que temo el tuyo quede apilado
en algún rincón de las palabras que a diario
se convulsionan en mi alma.
Hubo nombres que llegaron a mis tímpanos,
lamentos escondidos en los caracoles de mi niñez.
con la raída sinfonía del mar,
repitiéndose en mis uñas, en mis poros,
apagando con sus arenas las voces del camino.
Otros me atravesaron con el murmullo de las hojas
que el viento arrastra hacia sus tumbas, llevando, trayendo
resonancias que halan promesas al vacío de mis cuencas auditivas,
Donde ya ningún sonido surge.
Ahí, en la nada, donde cada nombre se ha asentado y marchado
arrasando con todo, el tuyo se posa con sus pinzas,
friccionando mi olvido, reciclando frases,
urgando en la basura de mi sordera,
buscando alguna historia que contar.
Temo el tuyo, Daniel, sea uno más de los que mato cada día,
fumándome un cigarro, callando
¿Cuántos nombres prefieren no nacer en esta tierra de sonidos sin aliento?
Hay tantos hombres llamados Daniel pero en ti esas seis letras
suenan a eternidad, a destino, al discurso de la cara oculta de la luna
que los oídos de mi sombra escuchan en el reposo del tiempo.
Dile a tu nombre que estalle en mí,
removiendo sepulturas de seudónimos,
desalojando de mi cuerpo los aullidos,
esos rostros de humo que envuelven mi audición,
resonancias de campanas en el apocalipsis,
tierra de Thánatos y Eros.
Dile que se encarne en mis huesos,
que se haga de luz en la letanía de mis lágrimas,
que se cincele en las rocas que me aguardan en la última morada.
Y si no se queda él, quédate tú en su ausencia,
insondable nombre el tuyo, poema que en la pluma
se evapora mientras la azúcar del café acaricia mi dolor.
¡Daniel, Daniel, me repite la hoja en blanco!
y mis párpados se deshacen en el intento de escribirte.
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