Tres de la mañana, y los ligeros recuerdos, como plumas, se agitan en mis pestañas;
entonces quisiera que pesaran tanto que la fuerza de gravedad me hiciera dormir.
No puedo entrar al templo de los justos, y los libros del corazón se abren en las
páginas temidas.
En los cuartos contiguos la paz se hace de su hora, ya habrá tiempo mañana de seguir los
afanes, pero yo levito alrededor del trompo de la desesperanza, y el sabor reseco de la
herida descansa sobre el agua de la mesita de noche.
¡Tengo tanta sed de un beso después de un lustro de sequias!
La luz se demora en la estación que precede al día, recoge imágenes, secretos, y teje su red
de anhelos; ¡quisiera mirar en sus cofres de claridad y ver si aún están ahí mis sueños!
Afuera el viento barre las sombras escondidas en las piedras, y allá a los lejos, en las playas
remotas vacía a las conchas, a los caracoles de viejas canciones, ¡todo quedar limpio de ecos
antes del canto de la alondra.
La luz de las farolas se sacuden el polvo, ese temor frío de las tinieblas que se adhiere a la
respiración de los vivos; no tarda en llegar la ley de la aurora y las estrellas apresuran su
retirada anestesiando el vigor de las penas.
Deseo que el tiempo se acelere, y el sol irrumpa con su golpe de lumbre sobre los ojos;
¡cuesta tanto cargar la noche en la llama cenicienta de las pupilas cuando se ha olvidado
a ver en la penumbra!
Repaso las palabras guardadas en el corazón, las mismas, las conocidas, las seguras,
y es solo la tarea habitual de inspeccionar a los vivos, de no saberse sola.
Últimamente han muerto tantas cosas en mí que no me extrañaría que de pronto
me hallara silenciosa como una niña que tiene que reaprender el mundo.
Sería lo mejor, quizás, pero aún así como toda adulta temerosa sigo aferrándome a los ya
raídos conceptos del amor y la vida.
El cuarto está en penumbras y apenas si si penetra la luz de la luna que ha adelgazado en
estos días en los que cansada he dejado de repartirle su ración.
¿Qué sentido tiene seguir? ¿Qué hacer con este peso de viajes después de haber vuelto al
mismo punto de partida? Pero los años han pasado y mi corazón no es el mismo,
tampoco el cuerpo enflaquecido sin caricias, sin esa lumbre que da un abrazo antes de
arroparse para dormir.
Cuatro de la mañana, es la hora en la que puedes salir de ojos como un ectoplasma
y pasearte sin escrúpulos por todo el cuarto.
Es la hora en la que puedo repasar tu rostro, inventarte miradas en las que soy tu soberana,
e invitarte a escuchar el polvo de las mariposas en las maletas, ¡vengo de tan lejos, y mira,
traigo pétalos de flores de todos lados que son para llenarte de perfume las manos!
Traigo historias, lágrimas, y miedo y un deseo tan grande para ti: esas ganas nunva olvidadas
de estar envuelta a tu cintura como un relámpago que solo puede descansar si se duerme
acurrucado a ti.
Sigo creyendo que no hay paz más grande que dormir abrazada a quien se ama
y que el paraíso es como un abrazo en el que te sabes completa.
Y aunque te he pensado tanto que pareces real, callas y tu mano está fría sobre la mía;
la soledad pesa sobre las cosas que han dejado de hablarme.
¿Sabes?, antes yo conocía el nombre secreto de los girasoles para activarlos en la noche,
yo reía desde una verdad, y me entregaba desnuda y sin recelos a los caprichosos
sueños de la luna.
Antes, cuando sabía menos sobre Dios lo conocía más y solo me bastaba imaginar que
inmenso e infinito me esperaba con sus brazos abiertos para acurrucarme y aliviar
cualquier petición.
Saber tanto me ha perdido, saber me ha callado y me ha puesto triste la mirada,
aún así vigilo tras la mirilla del corazón; una plegaria con alas de ángel toca a la puerta,
pide asilo en medio de la tormenta y tras ella el pasillo de luces se apaga, una nueva fuerza
me inunda y te hablo, te hablo como a un Dios, como al rey de mis cielos, te pido que me
escribas que olvidemos la tonta enemistad de los niños que se pelean.
Te digo que te estaré esperando sin orgullo ni rencores, que no hay nada que no haya dicho
que no se para ti aunque no lo sepas; y así dejo que las oraciones desplieguen sus velas
en el tormentoso mar que nos separa.
Te digo todo lo que callo, humedezco tus manos imaginarias con las lágrimas más profundas,
quisiera que amanecieras húmedo pensando en mí con deseos de buscarme, y de decirme
que signifiqué algo para ti. ¡Es tan importante sentirnos significativos en un mundo en el que
le vamos quitando valor a todo con apartarle la mirada.
Te digo todo, te hablo como a un hijo, como a un hermano, como a un padre, como al amante
que quiero que seas, me desnudo del dolor y las alegrías de los últimos días,
quedo en la transparente piel del miedo que muestra al corazón tembloroso.
Temo quedarme sola sin unas manos que me enseñen a reconocer el mundo;
temo que no amanezca, que no m escuches y no poder olvidarte.
Pareces conmoverte, y entonces el sonido suave del sonajero afuera agita sus delfines
de onix. Recuerdo que antes amaba a esos grandes peces juguetones que nunca más vi
después de niña.
El mar de la infancia irrumpe con sus murmullos en la costa del sueño;
finalmente mis ojos cedieron al cansacio, y esa oración que se acumulaba como
un vino de delirios en tu rostro ausente, se vierte en las olas y viaja hacia el horizonte
que en las pálidas luces del alba abre sus compuertas para recibirlas.
Sueño que eres ese delfín y yo esa niña que no te volverá a ver, y la pelota con la que jugabas
el sol. Algo se apagará para los dos una vez deje de soñarte.
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