Nos mirábamos en el témpano de hielo de ese momento petrificado ante nosotros.
El frío navegaba por el aire extendiendo sus remos hacia nuestra piel
y miré tu reflejo en el granizo, me miré y viajamos en la sólida luz,
estrella en el agua.
Eras igual a ese hombre de enfrente que a su vez te observaba a tí
buscando el pedazo restante de su piel,
era tan perfecto como tú y miraba a esa indéntica a mí con el mismo
amor que yacía congelado sobre la espalda de nuestras miradas.
La vida era un sueño transitando como un tren frente a los
cristales de los ojos y todo el amor, todas las palabras que flotaban
en las sedas del encuentro desnudo eran pasajeros de ese tren
que en algún desierto se detendría,
fotografía para los pobladores de otro siglo.
Aunque eras tan irreal a través de esa cortina de agua,
aunque te le escabullías a mis dedos filosos como una presa herida,
a pesar, deseaba hundirme en tu imagen,
ahogarme eternamente en ella
Yo tenía un corazón en la manos y mi reflejo se golpeaba sin alas contra la pared de su mundo enmarcado,
mas tu reflejo también tenía un corazón flotando en su manos,
pez liberado de las oscuras profundidades del sentir.
Y te sentí mío en ese instante que se reflejaba en los lentes de Dios y
se filtraba por los espejos de su cámara fotográfica, mío como una
fotografía a punto de revelarse en la luz de mis pupílas.
Tan imposiblitado estabas de escapar de mis Islas de luz,
que me precipité a gritar hacia las montañas del alma
y el eco se propagó diciendo que había encontrado algo real
en el desfile de la ilusiones.
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