Me dijo que había llorado y que su marido le preguntó que si estaba triste, ella le respondió que no, pero lo estaba. Sentía que la tristeza le nacía en las entrañas, le ahogaba el corazón, le llenaba la garganta y luego se convertía en un árbol de ramas amargas adentro de su cráneo para, finalmente, reventar en sus ojos. Sus lágrimas, las vi, me parecieron las gotas que se exprimen apenas de un limón seco.
Me contó cosas que me parecieron horribles porque creo que el matrimonio y la maternidad son asuntos sagrados. Siempre le he dicho que no juegue con fuego, que se contente con lo que tiene porque, además, su vida me parece perfecta. Su marido trabaja, no bebe y la trata bien, ella también trabaja y hace más o menos lo que quiere, ni siquiera le prepara la cena. Pobre hombre. Si yo soy fiel y no me quejo aunque los fines de semana tengo que arreglarme para recibir a los invitados de mi esposo y sentarme a ver el futbol con ellos, ella , que no soporta casi nada, con más razón debería ser feliz.
Pero no, mi hermanita es algo así como un asco de persona y se enredó con otro tipo. Por supuesto, él no la toma en serio y ella ¿ella? Pues no sé. Ni ella sabe. Se enamoró al principio, eso sí, ahora casi no lo ve, pero cuando lo ve se le rompe el corazón, no sabe si porque lo quiere o porque se siente terriblemente presa en su propia existencia. Sería más fácil entender lo primero, al menos para mí, pero conociéndola, seguro es más lo segundo.
Siempre ha tenido una como sed seca por vivir, aunque no se le nota. Luce como piedra la pobrecita, nunca tuvo encanto ni nada, si salió a pasear y a bailar de joven fue porque yo siempre la andaba jalando, pero no, por más que me esforcé ni logré que aprendiera a maquillarse. No tiene amigas, por eso viene a contarme a mí, por lástima la escucho y no le digo lo que pienso en realidad. Trato de alentarla, de hacerla entrar en razón suavemente porque además siempre ha sido de nervios frágiles la mujer.
Sus palabras me enredan a veces, sin embargo. Expresa ideas confusas que momentáneamente se me entierran en la conciencia como espinas. Pero hay cosas que sí me parecen monstruosas, la verdad. Cuando me dijo que iba a irse de la ciudad, dejando atrás hijos, marido, trabajo y familia para sentirse libre, le dije que estaba pendeja ¿cómo se le ocurre? Irse a ser libre, seguramente a acostarse con cuanto cabrón se le ponga enfrente, a aprender actuación y a hacer todas esas naderías con las que siempre soñó ¿Ya pensó quién va a lavar los trastes en su casa? ¿Qué va a ser mi cuñado con los niños? De pensar que era un poco idiota y necia, ahora creo que es una maldita. Si se va, que no vuelva con la cola entre las patas porque seguro que le va a ir muy mal a la muy perra, eso sí, nos dará mucho de qué hablar y eso siempre es necesario.
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