He visto en los espejos rotos de los días a mis cabellos desenredarse en nubes,
en rizos de pájaros atormentados por el diario despertar de la tormenta.
Un pequeño gorro de vapores y humo celeste luzco en cada encuentro,
mirada o beso que resguarda y oculta en mis pensamientos las cáscaras del mañana.
He visto en los lazos quebrados a la mano del viento sembrar semillas de espejos,
que me enredan en engendros del futuro,
sol, nubes preñadas de luces o los fantasmas de las flores.
En el paso olvidadizo de los días la rueda del cambio gira aplanando los campos
con rastros de fuego sereno, y cascarones de cometas eligen el descanso bajo la oscuridad de los suelos.
Lo que siento y tengo para dar es fuego en los candiles de mis ojos,
un fuego adormecido entre las uñas que descascaran cada instante de la lágrima vagabunda
que busca resbalar por las ramas del olvido hasta fundirse en el corazón del agua,
y soltar la última esencia de lumbre que atesora el interior.
He visto y veré en las fisuras del amanecer las lanzas de las rejas en cada encuentro, mirada o beso.
Se distinguen entre las multitudes de sonidos el murmullo de los candados, el tintineo de las campanas
del río arrebatándole el anhelo a las aves de las miradas.
Se aprecian tantos silencios en los espejos cabisbajos del transcurrir incesante de las horas,
mas solo en el silencio de los cristales del árbol puede el sentir expandir las brasas de su farol,
y las uñas arañar el instante de la lágrima perdida que busca en ansias resbalar por los mandalas del olvido
hasta fundirse con la memoria del agua, y soltar la última esencia de penas,
que egoista se aprisiona en el interior.
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