A través de mis ojos telescopios te vi a años luz
como una perla que en la oscuridad de sus delirios
un ángel escupió.
Te vi en el horizonte desde la frontera limitada de mis ojos,
lejano como un astro no descubierto
y entonces la voz un ave me dijo que eras mi tierra.
A través de planetas abandonados de viaje, a través de los
deshechos del firmamento me diluí para llegar a tu cuerpo rocoso
como un pez, como un hombre de constelaciones formado.
Pisé tus rocas, tus arenas de estrellas vírgenes
y me quedé sola en tu espacio como un gota que cuelga
de tus puntas estelares, como un ojo de polvo en tus hendiduras,
esperé a ser capturada por la finas redes del olvido
que filtran el oro viejo con el que el universo se auto-engendra.
Esperé habitar y ser habitada por tu resplandor
o hundida por el hambre de tus tierras.
Prendí una hoguera en tu cuerpo y te desprendiste en llamas
que crearon otros astros para esfumar tu soledad
y de mis ojos nacieron gotas de mar, de cielo y de sangre.
Me ahogué en ellas e inundé las sábanas
donde se ocultan mis sueños.
Me abracé desnuda a mis propios astros sin rocas,
ni luces ni raíces y desde mis ojos telescopios te vi lejos,
distante como un cometa borroso, como las huellas de un muerto
que vaga por el espacio, perdurable como las cenizas pies del
fuego que se sepultan en los ojos.
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