Los últimos rayos del Sol bajaron por tu frente en forma de luminosas gotas de agua
que en tu rostro parecían reponerse de su caída celeste.
Traían consigo la última plegaria y confesión del día
y en un grito de auxilio dirigían su mirada a los dioses mis ojos que las contemplaban.
Último respiro del día posado en tu labios como el aliento de una estrella de agua
a punto de evaporarse en el cielo dibujado por un instante de mis ojos.
Parecías un bebé reponsando en la placenta de la tarde,
con todas las fuentes del cielo envolviendote en el capullo de sus aguas.
Desnudo e indefenso ante el momento en que el tiempo sacaba de su manga
una baraja desconocida en el juego de la vida.
El reloj marcaba un minuto espontáneo de un nacimiento inesperado
en el profundo vientre del día.
Eras nuevo, tu sombra desnuda traspasaba las paredes de mis ojos,
el minuto se volvió eterno, un alma pura que desafía la exclavitud del tiempo.
Los últimos rayos del sol se pusieron su máscara de ámbar sobre tus poros
y durante una larga noche me velaron como los restos de la luz que me faltaba
para completar la respiración del sueño siempre al acechado por la aguas de la oscuridad.
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